En 2017, yo medía 5’2″ (1 metro 57 centímetros) y pesaba 117 libras (53 kilos). Mi hijo de seis pies (1 metro 83 centímetros) pesaba 116 libras (53 kilos). Siempre había un remolino de confusión y caos en mi cabeza, lo que me dificultaba interactuar con él. Ninguno de los límites que establecía eran respetados, y yo no decía nada. Cada vez que ponía excusas para mi hijo, mis resentimientos aumentaban. Y todos los días, al menos dos o tres veces, le preguntaba: «¿Está todo bien?». Aunque mi relación con mi hijo no era volátil ni peligrosa, nunca fue honesta. ¡Casi lo amé hasta la muerte!
Pero un día, cuando abrí la boca, salieron estas palabras: «Te amo mucho, pero ya no puedo seguir viendo esto. Y no puedo echarte. Tienes que parar o simplemente irte». No tenía el programa de Al‑Anon en ese momento, pero estoy segura de que tenía un Poder Superior, y fue él quien puso esas palabras en mi boca. Este fue el comienzo de mi viaje hacia la serenidad y, tras la insistente sugerencia de un consejero de familia, comencé a asistir a Al‑Anon. El consejero también me sugirió que me educara sobre la enfermedad del alcoholismo.
En mi primera reunión de Al‑Anon, lloré, hablé fuera de turno, miré la pared… estaba aturdida. Pero sí escuché que yo no causé, no puedo controlar y no puedo curar la enfermedad. Me dieron el libro que necesitaba: el que se llama Cómo ayuda Al‑Anon a los familiares y amigos de los alcohólicos (SB-32). Este libro me ayudó a entender el programa. Pero todavía sentía que necesitaba saber más sobre la enfermedad.
Leí artículos, escuché varios pódcast y hablé con alcohólicos en recuperación, pero cuando asistí a una conferencia sobre el aspecto neurofisiológico de la enfermedad y vi imágenes del cerebro y la región que activa las ansias de beber y demás, ¡lo entendí totalmente! Entonces entendí que mi hijo estaba diciendo la verdad cuando decía que no estaba haciendo esto para lastimarme. Pude ver el miedo en sus ojos y me di cuenta de que él no tenía ni idea de por qué no podía detenerse como lo hacía yo.
Al‑Anon estuvo ahí para guiarme a través de todo esto. Si iba a empezar a recuperarme, necesitaba entender mejor de qué me estaba recuperando. La imagen visual de esa conferencia me ayudó a comprender mejor la enfermedad de mi hijo y Al‑Anon me ayudó a comprender sus efectos en mí. Hoy vivo una vida bastante serena porque acepté las sugerencias de los Doce Pasos y comencé a adoptarlas.
Al depositar mi confianza en Al‑Anon y en mi Poder Superior, tuve el valor para aplicar los Doce Pasos a mi vida. Cada vez que recibo una nueva comprensión o un entendimiento más profundo, incluso si es doloroso o difícil, mi confianza crece. Mi hijo lleva cuatro años y medio sobrio. Tenemos una buena relación en la que hablamos el mismo idioma: la honestidad. Y al educarme sobre esta enfermedad astuta, desconcertante y poderosa y sus efectos en toda la familia, ahora me resulta fácil detestar la enfermedad y amar a mi hijo.
Por Judy D.
The Forum, mayo de 2024
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