Desde muy temprana edad, supuse que, si podía lograr que mi madre dejara de estar tan furiosa con mi papá, entonces todo estaría bien en mi mundo. Fue entonces que comenzó mi caótica búsqueda del tesoro. A los cinco años, descifré cómo decir la hora, pero no gracias a la gramática tradicional de la educación escolar. En vez de ello, fue por las comidas frías que permanecían sin ser probadas mientras mi hermana y yo nos sentábamos a la mesa y veíamos a nuestra madre hervir de coraje en el momento en el que el tintineo de las llaves abría la puerta de la cocina y nuestro papá entraba tambaleando.

Yo sentía un agujero en el estómago. Iba directo al lavabo para deshacerme de aquellas náuseas persistentes, con la esperanza (aunque no era consciente de ello entonces) de distraer a mi mamá de su ira hacia papá y unirlos para que ayudaran a su hija. Y eso funcionó durante mucho tiempo. A medida que fui creciendo, la cacería por tener paz en casa se tornó más difícil porque solamente podía fingir estar enferma por un tiempo. Así que me convertí en una charlatana, una negociadora juvenil. Desarrollé el talento de contar historias solo para crear distracciones de lo que era obvio: que mi papá era un borracho y mi madre estaba furiosa.

Cuando era adolescente, me encontré inmersa en el mundo de la poesía, el teatro y el arte de la escuela secundaria, los cuales me salvaron del secreto que me sofocaba en nuestro pequeño apartamento urbano, o al menos así lo creía yo. Pero las buenas calificaciones, los reconocimientos por la poesía, los premios por mejor actriz y mi arte solo anestesiaban la realidad de vivir con el alcoholismo activo. Cuando finalmente salí del hogar de mis padres y me casé, estaba segura de que la vida sería más estable y que ese sentimiento de tener un agujero en el estómago finalmente se iría. No obstante, tras abandonar ese matrimonio, tuve una revelación sorprendente cuando comencé a asistir a Al‑Anon: a dondequiera que yo fuera, allí estaba yo. Yo era el denominador común en mi vida. La primera vez que escuché las palabras reveladoras del lema «Que empiece por mí», supe que finalmente había encontrado una salida de mi caótica búsqueda del tesoro y ese fue el comienzo de mi viaje hacia la serenidad.

Por Sandi G., Florida

The Forum, noviembre de 2019