Llegué a Al‑Anon porque tenía un hijo alcohólico. Me sentía abatido porque mi hijo estaba en problemas, y también me sentía frustrado porque tal parecía que no podía hacer nada al respecto. Además, tenía coraje porque él mentía y se aprovechaba de mí. Como padre, yo me veía como la persona que tenía que arreglarlo a él. Proveía sabiduría, orientación y consejo —muchísimos consejos. Yo minimizaba los problemas con humor, le daba dinero y le mostraba mi desaprobación.

Esto resultó en que mis acciones pusieran obstáculos en su camino hacia la recuperación, porque mis acciones no le proveyeron espacio para respirar, ni oportunidades para ayudarse a sí mismo y reconstruir su autoestima. Cada vez que se daba la vuelta, yo estaba ahí para ayudarlo, o al menos así pensaba, ofreciéndole lo que yo creía que era una mejor manera de hacer las cosas. Siempre teníamos conversaciones telefónicas muy largas, que consistían en que él me contara sus problemas y yo le diera consejos porque sabía que, si tan solo me escuchara, todo estaría bien. En realidad, mis consejos, mi dinero y mi desaprobación no hicieron más que perjudicarlo. De hecho, estaba diciéndole que él no tenía las destrezas necesarias para tomar sus propias decisiones. Lo estaba humillando en vez de ayudarlo.

Sin embargo, al usar los instrumentos que aprendí en las reuniones de Al‑Anon, cambié el curso de nuestras conversaciones. En vez de darle consejos, le daba empatía. En vez de decirle qué hacer, le decía que lamentaba escuchar acerca de su problema más reciente y dejaba que lo resolviera por sí mismo. Entonces ocurrió algo maravilloso. Tras tener estas conversaciones durante varias semanas, me dijo: «¿Sabes? Verdaderamente disfruto estas conversaciones que hemos tenido últimamente. Significan mucho para mí». Más o menos por esas fechas, él comenzó a trabajar su propio programa de recuperación.

Mi nuevo enfoque no provocó que él se recuperara, y ni siquiera lo ayudó a que se recuperara, pero sí quitó del medio algunos obstáculos que yo había puesto en su camino. En esencia, mi libreto había cambiado y, por consiguiente, nuestra relación cambió. A través de este programa aprendí que, si cuido de mí y me trato con respeto, entonces estaré en mejores condiciones para ayudar a mi hijo de una manera que reconozca que hay una persona real, una persona amorosa, dentro de mi hijo alcohólico. Me di cuenta, finalmente, de que él es un adulto y, por lo tanto, tiene derecho a resolver sus propios problemas y a vivir su propia vida. Como resultado, además de ser mi hijo, se convirtió nuevamente en un amigo cercano y querido.

Por Frank V., Nueva York

The Forum, marzo de 2019