Era difícil encontrar la verdad en mi familia. Criarse con un padre incapacitado y malhumorado que tenía dolores crónicos y muchos problemas de salud no es la experiencia más sencilla para un niño pequeño. Lo que lo empeoraba era que nunca hablábamos de ello o lo admitíamos, y era frustrante y desconcertante vivir esos desafíos. Como familia, pretendíamos que él estaba bien y hacíamos lo mejor para parecer lo más normal posible ante el mundo exterior. Yo pensaba que, en la medida en que nadie entrara a casa para ver la silla de ruedas, la pierna de madera, las muletas y los suministros médicos o las ambulancias que llegaban tarde en la noche, nadie se enteraría de que mi familia no era muy normal.

Luego de que mi papá murió y yo era un adolescente viviendo con un padrastro alcohólico, pensé que las cosas no habían cambiado mucho. En ese entonces, me sentía tan adormecido acerca de los sentimientos hacia mi familia que no se me ocurrió sentir vergüenza porque él se desmayaba todas las noches. Como era usual, la prioridad de la familia era actuar como si todo estuviese bien, así escondimos su alcoholismo debajo de la misma alfombra bajo la cual habíamos barrido los problemas de mi papá. Me quedé sintiendo que a nadie le importaba lo que yo sentía o pensaba de todas maneras.

Cuando llegué a Al-Anon a mis treinta y tantos años, tenía una gran necesidad de escuchar un poco de verdad, y encontré mucha verdad. La gente en las reuniones hablaba directamente acerca de haber sido maltratados y desatendidos. Revelaban sus secretos más profundos y hablaban abiertamente acerca de cuán pobremente habían manejado los problemas causados por los alcohólicos en sus vidas. La gente lloraba, y también se reía. Parte de mí sentía que había llegado a un santuario, y otra parte de mí estaba aterrada con la posibilidad de ser honesto conmigo mismo. Uno de los regalos más grandes que recibí de Al-Anon es que aprendí a decir mi verdad, no con ira —como lo hacía cuando era adolescente— sino con claridad, sin disculparme, y sin la culpa ni la vergüenza. En la presencia amorosa de otros miembros que estaban comprometidos con la verdad, puedo hacer lo que mi familia no pudo: reconocer la verdadera historia de quién soy, de aquello a lo que me enfrento y cómo lo estoy haciendo. A lo mejor no sea perfecto, pero es real. Hoy en día, gracias a Al-Anon, puedo manejar eso.

Por Dylan M., Nueva York

The Forum, agosto de 2019