Asistí a mi primera reunión de Al‑Anon en Harare, Zimbabwe, en 1979. Desde entonces, el programa me ha ayudado a superar muchas crisis, incluido el suicidio de mi hijo a los 18 años en 1994 y la muerte de mi esposo dos meses después en accidente de automóvil, causado por su intoxicación.

Cuando entré a esa sala de reuniones de Al‑Anon por primera vez, mi vida estaba centrada en mi esposo alcohólico y mis dos hijos pequeños. Mi miseria, miedo y desesperación fueron profundos. Esperaba que la mujer sentada en la sala me dijera cómo lograr que mi esposo dejara de beber y cómo crear una vida feliz para mis hijos. Ella no podía hacer eso, pero esa reunión me llevó a un camino que me devolvió la cordura. El traslado de nuestra familia a los Estados Unidos en 1990 me puso en contacto con la mujer que se convirtió en mi Madrina. Al trabajar los Pasos con ella, comencé a crecer y a recuperarme.

Escribir un diario fue (y sigue siendo) una herramienta que me ayudó a tomar consciencia de mis emociones y de mí misma. Recientemente, revisando algunos escritos antiguos, recordé cómo, en 1992, mi esposo Andy me habló de su atracción hacia otra mujer. Sentí mucho dolor, rechazo y tristeza por esto, pero gracias a Al‑Anon, lo reconocí como una manifestación de su enfermedad. Me llamó particularmente la atención lo que escribí en mi diario el 24 de julio de 1992:

«No puedo hacer que Andy me ame. Todo lo que puedo hacer es aceptarlo como es. Su falta de amor por mí, que duele, no es algo que esté haciendo deliberadamente. Necesito volverme más plenamente yo misma, mejorar y desarrollar mis propios talentos. Soy fuerte. Puedo inspirar y generar nuevas ideas. Puedo aceptar, amar, dar y ser empática. Puedo ser completamente yo, con o sin el amor y la aprobación de Andy».

Con el amor, el aliento y el ejemplo de las personas en el programa, volví a la escuela y obtuve un título que me permitió ser completamente autosuficiente después de la muerte de mi esposo.

He escuchado que atraemos a las personas con el mismo nivel de recuperación y madurez que tenemos nosotros. En 1999, conocí a un hombre con quien encontré una gran felicidad. Pasamos 16 años maravillosos juntos antes de que él falleciera en 2016.

Al‑Anon me animó con el lema «Vive y deja vivir». Encontré actividades que me energizaron y me dieron alegría. Sigo asistiendo a las reuniones y comparto mi experiencia, fortaleza y esperanza. La única forma en que puedo compensar en pequeña medida los increíbles regalos que este programa me ha dado es presentándome en las reuniones y transmitiendo la sabiduría que otros han compartido conmigo. Encuentro una alegría tremenda al ver que otras personas van más allá de su dolor y comienzan a crecer y sanar como lo hice yo. Todavía estoy aprendiendo y creciendo en el programa, porque Al‑Anon funciona cuando yo lo vivo.

Por Elizabeth N., Carolina del Norte

The Forum, septiembre de 2021

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