Cuando llegué a Al‑Anon por primera vez, tenía los mismos temores acerca de compartir en las reuniones que desde entonces he escuchado expresar a otros recién llegados: temor de que la historia que comparta llegue a oídos del alcohólico con repercusiones desastrosas; miedo a sonar demasiado dramático o a ser malinterpretado; miedo de hablar a un grupo. Pero después de asistir a las reuniones de Al‑Anon por un tiempo, reconocí la verdad de la clausura sugerida de Al‑Anon: «no importa cuáles sean sus problemas, hay otros de este grupo que también los han tenido».

Cuando comparto ahora, sé que otros miembros no me ven como una persona extraña ni tonta. Ven en mí la lucha por encontrar la salida del caos de mi vida. Aprendí de otro miembro que, si algo es un gran problema dentro de mi cabeza, es lo suficientemente importante como para compartirlo en una reunión.

El superar mi propio miedo a compartir logró una serie de cosas maravillosas para mí. Contar esas partes de mi historia que había mantenido en secreto les quitó el poder de controlar mis acciones. Ya no tenía que gastar tiempo y energía evitando y ocultando esa parte de mi pasado. Se podría decir que compartir mi historia liberó esos secretos para que no puedan mantenerme enfermo.

La mayor lección que aprendí al compartir mi historia fue la diferencia entre lo que es «secreto» (algo que creía que no podía compartir) y lo que es «privado» (algo que solo comparto con amigos de confianza). Por ejemplo, mis finanzas personales no son secretas sino privadas, algo que el mundo en general no tiene el privilegio de saber. Al mover mentalmente ciertos temas de la categoría «secreto que nunca se compartirá» a «información privada que solo se comparte con amigos de confianza», les quité el poder de controlar mis pensamientos y acciones.

Por Allen L., Washington

The Forum, abril de 2022

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