Me sentía en soledad, aislamiento y contra la pared. No había nadie que pudiese entender los pensamientos que daban vueltas alrededor de mi cabeza. Sentía depresión y un estado de pánico todo el tiempo. Realmente necesitaba apoyo.

Durante los 10 años anteriores, había vivido una sobrecarga de secretos familiares que habían afectado a todos los miembros de mi familia. Sentía agobio por todas las decisiones que debía tomar y busqué consejería, pero necesitaba algo más.

Afortunadamente, sentí un llamado para llegar a Al‑Anon. Con mucho temor, llegué a una reunión, me senté, escuché y lloré. Lloré porque sentí esperanza, porque estas personas tenían historias que eran muy parecidas a la mía. Lloré porque quizás, solo quizás, ya no habría soledad. Quizás en Al‑Anon podría tener una voz y un lugar seguro para hablar.

«¡Solo sigue viniendo!», dijeron. He seguido viniendo por seis meses. Todavía hay muchas cosas nuevas, pero mi plan es continuar con Al‑Anon.

Por Anónimo
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