Cuando me relaciono, siento empatía y aprendo de las experiencias de otros miembros de Al‑Anon, me siento comprendida. Recuerdo que no estoy sola. Hay una conexión profunda y una comunidad poderosa aquí que no he sentido en ningún otro lugar.

Cuando era recién llegada, sentía que mis emociones estaban en carne viva. Yo estaba paralizada por el dolor, el miedo y la incapacidad de afrontar sola el alcohol. No pude hablar en las reuniones durante meses. Solo podía escuchar, y eso era suficiente. Me identificaba con muchas de las cosas que otras personas compartían, así que comencé a confiar y finalmente empecé a compartir. Cuando lo hice, mis palabras quedaron ahogadas por las lágrimas que me limpiaban por dentro.

Nunca hubiera podido comenzar a procesar y sanar el profundo dolor que sentía sin el cariño y el apoyo de una hermandad que me comprendía y sin las fuerzas milagrosas de un Poder Superior que nos une. Ya no tengo que fingir que no me duele. Soy capaz de bajar la guardia, ser vulnerable y abrazar mi autenticidad. He aprendido que expresar, articular y comprender mi dolor junto con otras personas que viven lo mismo es algo que permite la sanación.

Necesito la fuerza, la sabiduría y la comprensión de esta hermandad porque retrocedo y vuelvo a caer en el estancamiento de la enfermedad activa. Pero este programa y sus palabras siempre me devuelven a mi centro. Es como cuando medito y logro un breve momento de quietud y paz, pero luego los pensamientos comienzan a bombardear el espacio vacío en mi mente.

Cuando me siento a hablar con personas que entienden y voluntariamente comparten algunas de las mismas experiencias traumáticas y dolorosas que he tenido y me ofrecen sus instrumentos de recuperación, es como volver a mi respiración, a una fuente de vida. Incluso si mis pensamientos me desvían del rumbo un billón de veces, practicaré el lema «Sigue viniendo».

Por Natalie R., Florida

The Forum, agosto de 2023

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