Después de que mi prometido murió por beber progresivamente, le rogué a Dios que me dejara morir a mí también. No había podido salvarlo y le había fallado a sus padres, quienes habían dicho que yo era su última esperanza. Alguien cercano a mí dijo que no entendía por qué alguien tan inteligente con tantas oportunidades no podía dejar de beber. Esa pregunta intensificó mi dolor devastador y sentimientos de pérdida. Me sentía abandonada. En mi opinión, la forma en que sus padres habían respondido a su forma de beber solo aumentaba los sentimientos de culpa y vergüenza de mi prometido y le quitaban cualquier motivación restante para dejar el alcohol. Yo no podía dejar de culparlos y tener resentimientos hacia ellos.

En sus honras fúnebres, su mejor amigo, quien tiene años de sobriedad gracias a Alcohólicos Anónimos, sugirió discretamente que tal vez asistir Al‑Anon podía ser algo bueno para mí. Estaba nerviosa en mi primera reunión, pero descubrí que todos los presentes entendían mi situación. Las personas me abrazaron y me dijeron que se alegraban de que hubiera venido. Compré un libro de lecturas diarias y lo leía con mi desayuno todas las mañanas. Durante varios meses, lloraba en las reuniones. Nadie juzgaba mi dolor. Nadie me criticaba.

He aprendido que el alcoholismo no es un problema moral y que sus padres no tenían la intención de impulsarlo hacia la muerte, ni el poder para hacerlo. Me di cuenta de que yo también había respondido de maneras que solo sirvieron para hacerme sentir menos ansiosa temporalmente por su precario estado.

A través de Al‑Anon, he aprendido que mi tarea es trabajar para cambiarme a mí misma, no para salvar a otros. Me había enfermado tanto como mi prometido alcohólico fallecido. Desde que nací, había vivido reaccionando al alcoholismo de alguien. Había pasado mi vida tratando de salvar a otros para aliviar mis propios miedos. La parte más importante de mi nueva conciencia es la aceptación que soy incapaz de afrontar sola el alcohol y a todas las personas, lugares y cosas. La serenidad que empiezo a experimentar es un regalo inesperado de Dios.

Por Melinda D., Nueva Hampshire

The Forum, julio de 2022

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