Mientras me criaba en un hogar alcohólico, tuve que descifrar muchas cosas por mí misma. Como resultado, desarrollé la creencia arrogante y presumida de que yo tenía todas las respuestas. Sentía que yo era la única que debía mantener las cosas funcionando. Una vez que dejé mi hogar, estaba segura de que estaba preparada para enfrentar al mundo y me prometí a mí misma que viviría de una manera diferente. Me puse mi armadura, e iba a ser necesario un milagro para revelar mi verdadera identidad ante cualquier persona, incluyéndome a mí misma.

Durante un internado que estaba completando en la escuela, escuché acerca de Al‑Anon y asistí a algunas reuniones de Al‑Anon y Alcohólicos Anónimos como parte de mi asignación. Mi primer pensamiento fue que mi mamá verdaderamente necesitaba hacer este programa de Al‑Anon, porque estaba claro que ella estaba infeliz con el alcoholismo de mi papá. Ella fue varias veces, pero no vio como Al‑Anon podía ayudarla. Después de todo, ella no bebía. Compró uno de los libros de lecturas diarias y sintió que eso era suficiente para ella. Aunque mi ser amado alcohólico encontró sobriedad y comenzó a ir a Alcohólicos Anónimos, yo me sentía más miserable que nunca. Mis inseguridades profundamente arraigadas estaban fuera de control y, para cuando regresé a Al‑Anon, ya no creía que yo pertenecía, porque yo no quería pertenecer. Yo no quería ver mi parte. Afortunadamente, escuché que Al‑Anon se trataba de mi enfermedad. Mis comportamientos y actitudes me estaban enfermando y ni siquiera me estaba dando cuenta. Ponía a todos los demás primero, pensaba que tenía las respuestas para los problemas de todo el mundo y justificaba mis acciones al punto de que no creía que podía cambiar.

Al escuchar a otros compartiendo sus experiencias, sentí que había esperanza para mí misma: esperanza de que podía arriesgarme a quitarme la armadura —o tal vez solo una parte— para revelar mi verdadero yo. Sorprendentemente, comencé a cambiar a medida que este programa amoroso comenzó a revelarse ante mí. Al‑Anon me ha ayudado a amarme y a aceptarme a mí misma tal y como soy, pese a la enfermedad familiar del alcoholismo. «Seguiré viniendo» para recordarme a mí misma que soy valiosa.

Por Sue P., Virginia

The Forum, marzo de 2019