Toma de conciencia

Se dice que nunca obtenemos más de lo que podemos manejar, lo que quizás sea difícil de creer cuando vemos que la puerta se cierra de un solo golpe ante varios años de matrimonio o cuando estamos sentados en una sala de emergencia con algunos huesos indudablemente rotos después del último episodio violento de alcoholismo. A veces aceptamos que existe una situación difícil apenas vemos que hay indicios de problema, pero, a menudo, los que hemos sido afectados por el alcoholismo de otra persona tratamos de aparentar que el problema no existe, o esperamos que desaparezca. Podemos aislarnos por temor a las reacciones de otra gente, o evitamos hablar al respecto creyendo que la situación se tornará más real si la comentamos en voz alta. Tal vez queramos tomar conciencia, saber con precisión lo que está ocurriendo, pero también queremos evitar otras malas noticias. Esto es una forma de negación. Cuando nos negamos a aceptar, sentimos que una situación es tan amenazante que nos adaptamos, negando que esta existe, para poder sobrevivir. Tomamos la mejor decisión que podemos de acuerdo con el mundo que miramos. A veces sólo una crisis puede penetrar nuestra negación. A medida que empeora la situación, encarar la realidad muchas veces llega a ser la mejor decisión.

En otras ocasiones, tomamos conciencia lenta y tranquilamente, y nos damos el lujo de renunciar a la negación de manera paulatina, reemplazándola por el sentido de seguridad que con frecuencia se desarrolla en Al‑Anon, sean cuales sean nuestros problemas. Identificarnos con otros miembros a medida que ellos enfrentan sus propias verdades, ser testigos del valor que nos rodea a todos nosotros y liberarnos totalmente de la presión de “hacerlo de la forma correcta” nos anima a sentirnos seguros. A medida que ese sentimiento crece, puede comenzar a despertar dentro de nosotros una conciencia enfrascada desde hace mucho tiempo.

Para algunos, los recuerdos del maltrato físico o verbal por parte de un alcohólico brotan a la conciencia después de haberse extraviado durante años. Puede ser que no recibamos con agrado estos recuerdos; quizás hasta los resistamos abiertamente. El tomar conciencia puede ser muy perturbador cuando eso destruye antiguas ideas sobre nosotros mismos y sobre otras personas.

Los principiantes no son los únicos que tienen dificultades en encarar situaciones angustiosas. Aun miembros antiguos, acostumbrados a vidas relativamente serenas, pueden estar renuentes a reconocer la tensión de una crisis. Es fácil engañarse a sí mismo pensando que con una recuperación suficiente nada nos afectará. Por el contrario, al recuperarnos, comenzamos a experimentar todos nuestros sentimientos y participamos en la vida con mayor plenitud.

Muchas veces adquirimos un nuevo discernimiento y vemos las cosas desde una perspectiva distinta. Cuando verdaderamente dejamos de centrarnos en el alcohólico y experimentamos el crecimiento espiritual en Al‑Anon, muchos empezamos a aprender por primera vez quiénes somos y qué queremos. Si bien este proceso con frecuencia nos permite descubrir valores y talentos anteriormente ignorados que realzan en gran medida nuestras vidas, también podemos descubrir sectores de insatisfacción. Algunos se dan cuenta de una profunda insatisfacción con sus carreras profesionales o sus finanzas; otros ponen en tela de juicio decisiones morales. Una evaluación honesta de la verdad personal puede llevar a un padre de mediana edad a aceptar que podría ser homosexual; puede animar a que una ama de casa se matricule en la facultad de medicina, o puede tentar a un abogado a dejar su lucrativa profesión para escribir poesía. Es traumatizante, por no decir algo peor, encontrarse con descubrimientos de tal calibre.

También puede ocurrir que la toma de conciencia se nos imponga con repentina brusquedad. ¿Quién no se sentiría devastado por el suicidio de un ser querido?
¿Quién no se sentiría presa del terror al descubrirse un abultamiento en un pecho o enterarse de que un antiguo amante puede habernos expuesto a una enfermedad letal? ¿Cuántos pueden reaccionar satisfactoriamente cuando el proceso de envejecimiento hace que tareas que una vez fueron simples sean ahora imposibles de llevar a cabo? La enfermedad familiar del alcoholismo puede hacernos sentir totalmente abrumados por estas situaciones. Puede ser que no tengamos el control de nuestras circunstancias y que nos sintamos abandonados por aquellos de quienes más apoyo esperamos, pero sí tenemos opciones. Podemos decidir si abandonarnos o no. Una manera de honrarnos es permitir que la verdad surja tal como la percibimos, a su manera y a su ritmo.

Reflexiones sobre el tema: Toma de conciencia
Encarando la realidad

Al ser hijo de padres alcohólicos, cuando era un muchacho joven aprendí que las apariencias eran importantísimas. Se nos consideraba una familia modelo y nos preocupábamos demasiado en mantenerla así, pero la imagen perfecta que proyectábamos no tenía nada que ver con la realidad. La vida en casa no era muy linda—había palizas brutales, insultos malignos, amenazas e intimidación—. Esta realidad no se discutía nunca. No sólo engañábamos a otras personas, sino que también nos engañábamos a nosotros. La negación era nuestra forma de vida.

Me mantuve negándome a aceptar, incluso cuando era adulto, hasta que me encontré sin hogar cuando una relación alcohólica que tenía se terminó. Antes había oído hablar de Al‑Anon, pero sólo una situación desesperante me llevó allí. No tenía ningún otro lugar adonde ir. Mi familia había rehusado ayudarme y yo no tenía ahorros. Me sentía culpable porque había previsto que esto podría pasar y, en mi negación, no había hecho nada para prepararme. Culpaba a todo aquel que se me venía a la mente, pero la amargura no me construía un techo.

Compartí brevemente en la primera reunión de Al‑Anon diciendo sólo que mi novia me había echado de casa. Me sentí muy incómodo, muy avergonzado de lo que pudieran pensar de mí. No pude mencionar que dormía ahora en mi auto. De todas formas, me sentí aliviado al poder hablar sobre una pequeña parte de la realidad. No esperé que nadie entendiera ni se preocupara por mí, pero la gente en la reunión se comportó de manera sumamente amable y me apoyó, así que seguí asistiendo.

Ha sido un proceso largo y lento el encarar una vida de negación. La vergüenza que aprendí a sentir en mi hogar alcohólico hizo que fuera difícil. Descubrí una parte de mí que parecía tan equivocada e indigna que pensé que merecía vivir en la calle. Al escuchar a otras personas en las reuniones de Al‑Anon e identificarme con ellas, fue más fácil admitir la verdad sobre mis circunstancias y mis sentimientos. Aprendí que mi situación era el resultado típico de los efectos del alcoholismo. Con el paso del tiempo, pude hablar sobre mi vida en el auto, y cuando los miembros en la hermandad ofrecían ayuda, pude aceptarla. Al final ahorré lo suficiente para conseguir una vivienda propia.

Un Padrino maravilloso me ha ayudado enormemente. Él me animó a “darle tiempo al tiempo” y me guió con los Pasos. Con su ayuda, he empezado a cuestionarme la actitud para conmigo mismo y a echarle una ojeada más a fondo y con menos temor a mi pasado. A lo largo de este proceso he llegado a creer en un Poder superior a mí. Estoy aprendiendo a confiar en que Él o Ella me guiará hacia lo que es mejor para mí. Me aferro a los lemas cuando el dolor es grande, repitiendo: “Suelta las riendas y entrégaselas a Dios”, “Hazlo con calma” y “Mantenlo simple” una y otra vez. A veces hasta encuentro consuelo al repetir para mí la Bienvenida Sugerida de Al‑Anon y Alateen entre reuniones. La enfermedad del alcoholismo es mucho más grande que yo, y tengo que practicar para recordar que soy incapaz ante ella. Hoy me siento afortunado porque sé que mi Poder Superior es aun más grande que el alcoholismo.

Llegando a ver la realidad

Soy una de las muchas personas que sienten que sus vidas han estado equivocadas desde el principio: nací mujer cuando mi padre alcohólico deseaba un varón. También era una soñadora. Me escapaba a la tierra de la fantasía donde nadie podía herirme, donde mis padres me amaban muchísimo y el mundo me pertenecía, pero vivía una existencia solitaria. Pensaba que si pudiera morirme ya no tendría que aguantar todo lo que me sucedía en la vida.

En mi edad adulta, mi hogar estaba imbuido de la enfermedad del alcoholismo. El síntoma peor era el maltrato: físico, mental y espiritual. Algunos de nosotros infligíamos este abuso, otros lo sufrían, y aún otros lo recibían de una persona y lo infligían a otra. En un momento dado, decidí asistir a una reunión de Al‑Anon. De pie junto a la puerta, escuché leer los Doce Pasos. Luego alguien llegó, y yo me fui presa del pánico. Dos años más tarde, después de más
violencia en el hogar, por fin entré a la sala.

De manera paulatina he llegado a ver la realidad. Es difícil verme a mí misma —la imperfecta—, y aun más difícil tratar de encarrilarme, pero empiezo a conocer la diferencia entre fantasía y realidad. Aunque una vez pensé que mi vida estaba equivocada, ahora sabía que yo me había equivocado. Me despojé de mis propios derechos.

Pasé mis primeros dos años en Al‑Anon ordenando, observando, absorbiendo y germinando. Comencé a sentir que podía salir adelante. Quizás podría llegar a ser la esposa y madre que quería ser, aunque mi esposo todavía bebía activamente. Había practicado los tres primeros Pasos. Admití que era incapaz. Veía que mi vida se había vuelto ingobernable. Sabía que sólo mi Poder Superior podía devolverme el sano juicio, y le entregué mi voluntad y mi vida. Empezaba a entender que tenía que abrirle la puerta a Él. Su puerta ya estaba abierta para mí.

Despertando de la pesadilla

Antes de encontrar a Al‑Anon, nuestra vida hogareña estaba constantemente perturbada por peleas. Nuestro hijo mayor vivía fuera de casa después de que mi esposo alcohólico lo “invitara” a irse una vez más.

Una mañana temprano, la policía rodeó nuestra casa. Buscaban a mi hijo ya que había habido un robo premeditado en su antiguo lugar de trabajo por parte de alguien que respondía a su descripción. Mi hijo había sido despedido la semana anterior. Sonriendo temblorosa les dije: “No puede ser mi hijo. Es demasiado sensato para hacer algo tan tonto”. Veinticuatro horas más tarde, después de su arresto, confesó haber cometido el robo a mano armada. Un atardecer, mientras esperábamos el juicio, vi que mi esposo lo abofeteaba en forma repetida. Yo le rogaba a mi esposo que se detuviera, mientras que nuestro hijo menor lloraba en su dormitorio. ¿Por qué ocurría esta pesadilla? Había oído hablar de Al‑Anon, y en ese mismo momento decidí asistir a una reunión. ¡Qué alivio encontrar gente que comprendía!

Sentí un gran remordimiento al ver que mi querido y confundido hijo era condenado a tres años de trabajos forzados. Cuánto hubiera deseado haberme enterado más a fondo de cuál era su estado emocional, de que yo había hecho las cosas de manera distinta —si yo hubiera venido antes a Al‑Anon—. Al final aprendí a soltar las riendas de pesares pasados y a agradecer la comprensión lograda después de llegar a Al‑Anon. Con la ayuda de Dios no repetiré errores pasados. Hemos sido bendecidos con otro hijo que está ahora aprendiendo que papá está enfermo pero que igual lo ama mucho.

Nuestro hijo mayor salió en libertad condicional después de dieciocho meses. Milagrosamente, ha comenzado una nueva vida, tiene un empleo y está comprometido con una muchacha muy agradable. Tenemos una mejor relación ahora que “suelto las riendas y se las entrego a Dios”. No me puedo imaginar dónde estaría yo hoy sin la ayuda de Al‑Anon.

Cambiando una pauta de negación

Durante mi adolescencia, mis hermanas y yo fuimos objeto de abusos sexuales por parte de uno de los empleados de mi padre. Cuando le contamos estos incidentes a mamá, se conmocionó y enfureció. Pensamos que se ocuparía de la situación. Sin embargo, en pocas semanas, nos dimos cuenta de que nuestros padres no habían hecho nada con el culpable del abuso. Tuvimos que defendernos por nuestra propia cuenta.

Mi esposo no bebía cuando nos casamos, pero cuando comenzó a beber, la enfermedad progresó con rapidez. Aunque mi esposo no nos maltrataba físicamente ni a nuestros hijos ni a mí, nos maltrataba, ya fuera verbal o emocionalmente. A los cuatro años de edad mi hijo era muy retraído y temeroso y mi hija de dos años no se acercaba a su padre. Todos los temores de mi juventud volvieron y me quedé en suspenso. Mediante la gracia de Dios, encontré a Al‑Anon. Estuve más de dos años en el programa antes de darme cuenta de que me comportaba como mi madre. No aceptaba la responsabilidad de proteger a mis hijos del abuso verbal y emocional. Oré para obtener sabiduría, orientación y valor para cambiar las cosas que podía. Con la ayuda de mi Poder Superior y algunos amigos especiales de Al‑Anon, adquirí el valor para dejar a mi esposo por un tiempo. Fue una época difícil, penosa y solitaria, pero Al‑Anon me ayudó durante la misma.

Desde entonces, mi esposo ha alcanzado la sobriedad en A.A. Nuestros hijos ya no le temen. Tratamos de crecer como individuos en una familia basada en el amor, la aceptación y la confianza.

Encarando un pasado penoso

Cuando tenía diecinueve años, comencé a salir con muchachos. Quería un hombre que me amara y que me sacara de la casa de mis padres. Cuando quedé embarazada, sentí vergüenza y mucho miedo. Estaba segura de que estaba embarazada, pero mi novio alcohólico me convenció de que no lo estaba. Comencé a tomar píldoras anticonceptivas. No sé cuántas me tomé.

Poco tiempo después, tuve un aborto. Estaba horrorizada. Cuando al fin llegó mi novio, estaba demasiado borracho para entender lo que le estaba diciendo. Pensé que yo era responsable porque había tomado esas píldoras, y me sentí como una asesina. Hoy veo que eso es imposible —las píldoras no pueden haber sido la causa—. Sin embargo, en ese momento no sabía nada. No tenía a nadie con quien hablar sobre el asunto.

Mi novio se convirtió en mi esposo. Sentía que tenía que casarme con él porque yo había matado a su bebé.

Al‑Anon me ayudó a considerar mi aborto de manera objetiva. Les conté a algunos miembros de la hermandad lo que había ocurrido y ellos me entendieron y me amaron de todas formas. Luego, una noche recordé todo de repente. Mi mente me regresó al horror de aquella noche a mis diecinueve años de edad. He escuchado en reuniones que si no encaramos algo cuando está sucediendo, tendremos que encararlo más tarde con el objeto de solucionarlo. Cuando examiné la cuestión de mi aborto otra vez, llamé a una amiga de Al‑Anon y ella me brindó amor para hacerle frente.

Vi la sangre. Sentí el temor. Experimenté el dolor. Luego me di cuenta de que puedo perdonarme a mí misma por algo que hice hacía muchos años. Puedo perdonar a esa jovencita que estaba tan aterrorizada.

Rompiendo el aislamiento

Desearía que hubiera más hombres en el programa. A veces me siento como un embajador de mi sexo, papel que me pone en situación incómoda.

Conozco a varios hombres en la hermandad que crecieron con el alcoholismo como yo. Ellos me han ayudado a comprender y a aceptar el aislamiento con el que viví y que incluso fomenté. Al sentirme más cerca de esta gente, he llegado a sentirme más cerca de mí mismo. Al escuchar las luchas de estos hombres para lograr intimidad en sus vidas y darle espacio a sus sentimientos, he podido ser más bondadoso y más comprensivo conmigo mismo. La presencia de hombres en Al‑Anon me ha ayudado a recordar que el alcoholismo nos afecta a todos, sin distinción de género ni antecedentes. El don de la serenidad está a disposición de todos.

Superando la negación

Ira, amargura, temor, rechazo e insuficiencia eran los sentimientos que tanto luché por negar a lo largo de los veintiséis años de mi matrimonio con un alcohólico activo que tuvo muchas aventuras amorosas. El engaño se transformó en mi forma de vida. Me obligué a mí misma a verlo a él como quería que fuera y no como realmente era y a mantener la apariencia de “la parejita encantadora”, como a menudo nos llamaban. Me convencí de que podía vivir sin sentir nada, única manera en que podía detener el dolor.

Fueron muchos los meses de reuniones de Al‑Anon que pasaron antes de sentir la confianza suficiente para compartir esto. Primero tuve que aceptar que el comportamiento de mi esposo no se reflejaba en mí. La Oración de la Serenidad fue una gran fuente de consuelo y orientación. Detestaba el pasado y quería desesperadamente cambiarlo.

He hecho las paces con el pasado comprendiendo que no puedo curar los problemas de mi esposo, los cuales lo llevaron a tomar ciertas decisiones. Cuando quiero introducir cambios en mi esposo, recuerdo el lema de Al‑Anon “Que empiece por mí” y centro la atención en mis propias actitudes. Cuando me persiguen sentimientos del pasado, rápidamente hago una lista de gratitud. Considero que es una manera excelente de desterrar pensamientos y sentimientos desagradables. De muchos años de infelicidad a tres años de recuperación, difíciles pero gratos, estoy cambiando mi vida con la ayuda de Al‑Anon, ¡el programa de la esperanza!

Escuchando la conciencia interna

No fue sino hasta que el caso se presentó ante los tribunales que me di cuenta de que mi esposo alcohólico había abusado sexualmente de una jovencita. Al principio me sentí airada y conmocionada, pero el problema mayor ha sido la ira hacia mí misma por no haberle prestado atención a las señales de advertencia que existían. Había dejado de lado mis sentimientos pensando que no valían nada. Por medio de Al‑Anon, estoy aprendiendo a confiar en que mis sentimientos sí se basan algo en la realidad y merecen escucharse. Creo verdaderamente en que todos tenemos las respuestas dentro de nosotros mismos y las podemos hallar con la ayuda de nuestro programa de Al‑Anon y de un Poder Superior.

Viviendo el presente

Recuerdo las noches solitarias, las largas esperas, preguntándome con quién estaba y qué hacía. Recuerdo como mis sospechas se levantaban a medida que sus insinuaciones a otras mujeres eran cada vez más agresivas en público. Estos temores de alguna forma se moderaban escuchando sólo lo que yo quería escuchar y creyendo porque yo así lo quería creer.

Decidida a crear el matrimonio de mis sueños, opté por hacer a un lado las señales reveladoras del hoy en que me encontraba. Las veía como los tiempos difíciles por lo que tenía que pasar con el objeto de concretar la promesa de un futuro mejor.

El alcoholismo, la enfermedad de la familia, progresaba. Los tiempos difíciles continuaron empeorando hasta que encontré a Al‑Anon y mi actitud empezó a cambiar. El programa de Al‑Anon, la gente en el mismo, las reuniones y una Madrina activa me ayudan a recordar quién soy, dónde he estado, dónde estoy ahora, y que debo ser receptiva a lo que pueda ocurrir mañana. La seguridad —o la búsqueda de ella— ya no es mi base de operaciones. Puedo ver que nada en mi vida ha sido nunca para siempre. Lo bueno y lo malo pasan. Ya no tengo que vivir en la irrealidad de un mañana cuyo plan ya he escrito pero quizás nunca se llegue a concretar.

Cicatrizar compartiendo

Bueno, cuéntenos sobre su vida antes de venir a Al‑Anon.
—La verdad es que era verdaderamente ingobernable—fea—. Tenía un amante que bebía y se drogaba; también se negaba a aceptar que yo tuviera el virus del SIDA. Y yo tampoco le ponía atención a mi diagnóstico de SIDA de manera positiva y sana.

¿Qué esperaba obtener de Al‑Anon?
—En realidad sólo quería obtener el valor de dejar a mi amante —lo antes posible—. Me quedé perpleja al escuchar la sugerencia de que no realizara ningún cambio radical en mi vida durante seis meses.

Entonces, ¿Qué hizo?
—Me mantuve allí, un día a la vez, y luego ocurrió un milagro. Mi amante tocó fondo y, aunque yo sólo había asistido a unas pocas reuniones, estas fueron suficientes para impedir que reaccionara ante él de la forma en que lo había hecho en el pasado. Él comenzó un programa de Doce Pasos tres días después y se aferró al mismo. Luego casi no nos veíamos y, cuando lo hacíamos, estábamos siempre en casa haciendo llamadas del programa, pero nuestro amor era bastante fuerte. Nos dimos cuenta de que ambos estábamos realizando grandes cambios positivos y cicatrizantes en nuestras vidas, y estos cambios, aunque eran aterradores y a veces dolorosos, podían darle a nuestra relación dimensiones nuevas y estimulantes. Hoy gozamos de una relación mucho más honesta, afectuosa y digna de confianza.

¿Así que está agradecida por lo que aprendió en Al‑Anon?
—Mucho más de lo que puedo expresar. Ni por un minuto pensé que Al‑Anon pudiera influir en la manera en que me sentía al vivir con el virus del SIDA, pero cuando aplico el programa a todos los aspectos de mi vida, pueden ocurrir milagros. En Al‑Anon me he dado cuenta de que hay opciones en mi vida, y estas opciones pueden muy bien aplicarse a sobrevivir y salir adelante con el virus del SIDA. Me llevó un cierto tiempo adquirir valor para compartir sobre mi estado de salud. Tenía que saber que estaba en un medio seguro. Una vez que compartí, comenzó una cicatrización interna asombrosa y recibí un torrente increíble de amor y apoyo, aunque no todos se sienten cómodos al escuchar hablar del tema. Decidí no extenderme demasiado en el aspecto sombrío y en la fatalidad del SIDA, sino más bien centrarme en la alegría de estar viva y valorar los dones que tengo. Hoy soy más feliz que en ningún otro momento de mi vida —y, sólo por hoy, eso es suficiente—.

Conciencia y vergüenza

Los sueños para mis hijos se hicieron añicos el día en que mi hija me dijo: “Mamá, tengo que decirte algo que no te va a gustar oír”. Luego me contó que había sido objeto de abuso sexual por parte de su hermano. Mi vergüenza no tuvo límites. Soy una profesional y consejera religiosa, y estas cosas no debían suceder en mi familia. De alguna forma, el Poder Superior que había llegado a conocer en Al‑Anon, el que me cuidaba, vino a ayudarme en ese momento. Yo sabía que nos habían impuesto esta carga y que éramos suficientemente fuertes para enfrentarla. De inmediato me puse en contacto telefónico con el sistema de apoyo de Al‑Anon. Experimenté sentimientos homicidas y suicidas. Después de todo el tiempo y el esfuerzo dedicados a la recuperación de las repercusiones del alcoholismo en la familia, esta nueva prueba no me parecía justa. Me quejaba airadamente contra Dios por las injusticias de la vida. Sin embargo, a menudo la emoción hacía que me brotaran las lágrimas por la aceptación y el apoyo que recibía.

Once días más tarde nuestro hijo se alejaba del hogar. Se adoptó la decisión de denunciarlo —negaba totalmente sus acciones—. Toda la familia comenzó a recibir asesoramiento. También nuestra hija experimentó al principio algunos momentos emocionantes de cicatrización y nuestro hijo entró a un hospital psiquiátrico. Mis amigos de Al‑Anon me respaldaron a través de estos primeros días de agonía y después.

A nuestro hijo le diagnosticaron daño cerebral. Encontrarle la asistencia apropiada es una tarea ardua y agotadora. Él no está totalmente cubierto por ningún sistema y nadie está dispuesto a aceptar a un delincuente sexual. Mi hija sufre de depresión intermitente y actual‑ mente tiene dificultades en la escuela. Los miembros de Al‑Anon me aman y me recuerdan el valor que se necesita para encarar una situación como esta con dignidad y madurez. Con su ayuda, he podido ponerme en contacto con los maestros sin verme abrumada por la vergüenza.

El practicar los Pasos Cuarto y Quinto en todo esto ha sido sumamente penoso. Continúo luchando con mi vergüenza. Me pregunto sobre lo que es propiciar y lo que es aceptar las cosas que no puedo cambiar. No hay respuestas fáciles, pero mi Poder Superior me ha enviado a otras personas con experiencias similares a las mías para que me ayuden a aplicar los principios. Con la ayuda del programa de Al‑Anon estoy llegando a aceptar la vida tal como es y encuentro un poco de serenidad en medio del dolor.

Encarando mi propio comportamiento inaceptable

Por medio de Al‑Anon, hace poco tiempo tomé conciencia de lo abusiva que era a consecuencia de haber vivido una situación alcohólica. Por mis propios temores, así como mi inseguridad y frustración por no poder controlar al alcohólico, he atacado verbalmente a mis hijos, insultándolos en una histeria irracional por cosas tan simples como haber derramado un vaso de leche o exigiendo con rigidez “un resultado perfecto”. Esta toma de conciencia me ha ayudado a aprender a no reaccionar con ira, a detenerme y pensar, y a vivir mi vida un minuto a la vez si fuera necesario. Al‑Anon me ha ayudado a lograr una vida más calmada y más serena, con mayor respeto por mí misma y por otras personas.

Soltando las riendas de la negación

Al término de mi primer año en Al‑Anon, sentí una paz que nunca antes había sentido. Cuando mi hermano se mató al conducir bajo los efectos del alcohol, Al‑Anon se convirtió en mi salvavidas. Descubrí que había desarrollado una profunda confianza que, al probarla, se mantenía sólida como una roca. Durante este tiempo llegué a creer de verdad que el alcoholismo era una enfermedad. Pude perdonar a mi hermano por el error que causó su muerte después de cinco años de estar en A.A. Aprendí el significado de “incapacidad” y “aceptación”.

En Al‑Anon había aprendido a buscar en cada situación la oportunidad para crecer. Esta actitud me permitió ganar muchas riquezas espirituales ante el dolor que sufría. Yo sólo podía transformar el dolor en ganancia.

Seis meses más tarde pude admitir por primera vez que mi padre era alcohólico. Al admitirlo, sentí que estaba traicionando a mi familia. Descubrí por cuenta propia lo arraigada que estaba en mí la negación y cómo me impedía crecer. Agradezco que el carrusel se haya detenido y que me haya podido bajar a tiempo.

Abandonando el perfeccionismo

En algún momento de mi vida había aceptado la idea de que debía ser perfecta, de otra manera no sería nada. Dediqué todo mi tiempo a ser la esposa perfecta, la madre perfecta, la hija perfecta y la estudiante perfecta. Sentía que lo único que me impedía ser perfecta era el alcohólico que formaba parte de mi vida, quien me avergonzaba acostándose con otras mujeres y obligándome a asumir toda la responsabilidad financiera de la familia. Con el paso del tiempo lo acusé de tener aventuras con todas las mujeres que conocía. Yo misma me puse en un ridículo mayor al que él me había puesto durante su vida. Pedí el divorcio comportándome como una mojigata engreída, pero, después de su partida, llegué a la amarga convicción de que aún no era perfecta. Tomar conciencia de eso me devastó. Me sentí sola, airada con todo el mundo, y pensé que sería mejor estar muerta. Por fortuna, algunos miembros juiciosos de Al‑Anon percibieron la profundidad de mi desesperación.

Ellos me llamaban cuando yo no podía llamarlos. Me dejaban llorar en sus hombros y, cuando les contaba mis secretos más recónditos, no se inmutaban, sino que me abrazaban. Fue la gente del programa la que evitó que me desplomara. No veía cómo los Pasos podían ayudarme en mi vida pero percibí la esperanza y a ella me aferré.

Hoy puedo aceptarme tal como soy porque sé que, pase lo que pase, tengo un Poder Superior y un grupo de gente que me amará de todas formas. Hoy puedo dejar que la gente me vea llorar. El valor y la honestidad recién adquiridos me han ayudado a ver mi papel en la ruptura de mi matrimonio, y mi esposo y yo estamos viviendo juntos otra vez. No es fácil, y no sé cuál será el resultado. Definitivamente sé que si tomo las cosas “Un día a la vez” y vivo el programa de Al‑Anon de la mejor manera posible, todo funcionará muy bien, lo que para mí es lo suficientemente perfecto.

Poniéndole fin a la negación

La negación desapareció de forma paulatina durante mi primer año en Al‑Anon, pero cuando mi novio alcohólico dio por terminada nuestra relación “en aras de su recuperación”, toda la negación que aún cargaba subió como un telón dejándome profundamente aturdida. Algo dentro de mí sabía que encarar la realidad, con todos sus sueños rotos y decepciones, constituía la única manera de cicatrizar. Justo cuando lo necesité, una miembro muy antigua de Al‑Anon apareció en mi vida, como un ángel. Me acompañaba a las reuniones y, en una época en que cada llamada telefónica me pesaba como una terrible imposición, en todo momento me instaba a que hablara. Me decía que para ella era muy inspirador verme atravesar este proceso. En ese momento yo pensaba que ella simplemente quería ser amable conmigo; pero ahora, algunos años más tarde, después de haber estado del otro lado, sé que era sincera. Sigue asombrándome todo el valor que me rodea en Al‑Anon. Es un gran privilegio poder compartirlo en cualquier situación.

Progreso, no perfección

En un taller sobre los problemas de miembros antiguos en Al‑Anon, todos mencionaron la falta de voluntad de los miembros más nuevos de Al‑Anon de aceptar que quienes hemos estado allí algún tiempo aún podemos sentir dolor. De igual forma, algunos miembros antiguos piensan que ellos no pueden estar enfermos ni tener ningún problema emocional —o al menos no deben decírselo a nadie si lo están—.

Yo enfrenté este obstáculo en particular hace algunos años cuando sufrí de depresión paralizante. Temía que si los miembros de Al‑Anon de menos experiencia se enteraban, pensarían que Al‑Anon no funcionaba o que yo era en cierto modo un fracaso. Ahora sé que la hermandad de Al‑Anon está en las manos de Dios, no en las de ninguna persona, y que lo único que se puede esperar de mí es progreso, no perfección.

A veces pienso que sufro más ahora que al principio, porque entre más consciente estoy, más siento. Por supuesto, ahora tengo instrumentos que me ayudan a controlar el dolor. No sufro por mucho tiempo y no sufro sola. Aun así, a veces siento ganas de decir: “Dígame de nuevo lo feliz que soy”.

Entre más tiempo estoy en el programa es más difícil encontrar gente que esté donde estoy yo en mi viaje espiritual. Para mí, esto no es pedantería —¡Oh, qué culpable me había sentido acerca de esto!—, sino un hecho real. Sin embargo, cuando entro en la rutina en Al‑Anon, trato de recordar que una rutina es una tumba con ambos extremos abiertos. Puedo salirme de ella si no quiero que me entierren.

Reemplazando fantasías por autoestima

Hoy reconozco que en el pasado elegía gente que creía poder controlar, cuidar y enmendar. Inconscientemente escogía personas que me maltrataran emocionalmente para confirmar mi baja autoestima y que me rechazaran para poder compadecerme de mí misma (pobre de mí, siempre me hieren). Si alguien trataba de acercarse demasiado, me cerraba. Me tornaba fría. Temía acercarme demasiado o ser amada porque muy dentro de mí no me sentía digna. Vivía en un mundo de fantasía, siempre deseando, soñando y esperando lo que yo misma no podía dar ni aceptar.

En Al‑Anon estoy aprendiendo a conocerme y a reconocer y cambiar mi comportamiento. Al hacerlo, me siento mejor conmigo misma. Ahora, el asistir a las reuniones y el estar dispuesta a ser honesta me han ayudado a contar con algo de autoestima y no tengo que vivir en un mundo de fantasía. Mi vida mejora cuando asumo la responsabilidad sólo de mi persona. Hoy me ocuparé de mis propios asuntos y me centraré en quien corresponde —en mí—.

Poniéndole fin a mi aislamiento

Cuando mi esposo alcohólico se marchó, fue como si alguien hubiera tirado de una cuerda que me dejó sin nada y sin nadie —hasta sin mí misma—. Estaba en dificultades, totalmente asustada y sola. Era una víctima sin opciones, y caminaba apresurada sin ningún rumbo fijo. Me fui a rastras hacia Al‑Anon.

Una de las primeras cosas que escuché fue que estaba bien llegar de cualquier forma en que me sintiera. Muchos días apenas podía levantarme. Estaba bien si sólo asistía a la reunión y me quedaba sentada llorando. No importaba que estuviera hecha un desastre. Las reuniones rompieron mi aislamiento. Conseguí números de teléfono y me di cuenta de que la decisión sobre si quería estar sola o no era mía.

La recuperación en Al‑Anon requería la toma de decisiones continuamente. Tenía muchas opciones y no había asumido la responsabilidad de ellas. Las cosas no me ocurrían porque sí; yo permitía que ocurrieran al no participar activamente, pero no tenía que hacer nada hasta que me sintiera lista.

Hoy he logrado un poco de claridad. Si no tuviera a Al‑Anon, aun estaría deseando que las cosas fueran diferentes. Miembros antiguos de Al‑Anon hablan de “Vive y deja vivir”. Para mí esto significa que el camino a una vida serena es vivir mi vida lo más plenamente posible y dejar que otras personas vivan las suyas.

Reconociendo una situación destructiva

Sé que tenía miedo de crear problemas al cambiar la situación de un esposo suicida en potencia, pero también había en mí mucha negación sobre lo urgente y destructiva que era la situación.

Le había tolerado el maltrato a nuestros hijos durante mucho tiempo. Yo no tomaba con mucha seriedad mis reuniones de Al‑Anon y asistía sólo una vez a la semana. Si mi hijo venía y me decía que su papá le había pegado con una pala, mi esposo decía que apenas lo había tocado. Estaba tan confusa que no podía poner “Primero las cosas más importantes”. Me irritaba tanto que mi esposo se dejara la barba como que le gritara a los niños. Con el tiempo, lo que escuchaba en Al‑Anon comenzó a tener sentido y mi negación se rompió. Empecé a ver lo destructiva que se había vuelto la situación familiar y contraje el compromiso firme de practicar el programa de Al‑Anon. Fui a muchas reuniones, conseguí una Madrina y practiqué los Pasos. Los lemas me ayudaron mucho; eran bastante simples de entender aun en medio de mi confusión.

Las cosas han mejorado muchísimo hoy y agradezco lo que Al‑Anon ha hecho. Sin embargo, me hubiera gustado haberme entregado de lleno al programa de Al‑Anon desde el comienzo. Mis hijos van bien, pero veo las cicatrices. Aun me queda trabajo por hacer en cuanto a perdonarme. Sé que hice lo mejor que puede en el momento.

Tomando conciencia de mi incapacidad

Pensaba que me iba muy bien en Al‑Anon. Después de todo, mi esposo aceptó ir a recibir tratamiento. ¿No significaba que yo estaba haciendo algo bien? Bueno, fue a su tratamiento, pero se quedó sólo dos días, y mi enfermedad imperaba. Tomaba las llaves del camión y las escondía, guardaba la chequera en mi oficina para que él no pudiera usar cheques y lo llamaba durante el día para asegurarme de que estuviera sobrio, pero nada de esto lograba que él dejara de beber. Yo no podía controlar su vida ni la mía.

Una noche hubo un choque. Me sentí devastada, pero gracias a lo poquito de Al‑Anon que podía utilizar, sobreviví esa noche. Me di cuenta de que él no podía controlar esta enfermedad y de que yo también tenía que dejarla sola. Cuando renuncié totalmente y permití que mi Poder Superior asumiera el control, empecé a sentirme tranquila. Tuve que estar en una situación de incapacidad para entender que no podía controlar ni el alcohol ni al alcohólico.

¿Podía realmente confiar en Alguien superior a mí? Justo en este momento leí algo que me ayudó a comenzar a “Soltar las riendas y entregárselas a Dios”.

  Decía:

            “Estimada____:
Gracias, pero no necesito tu ayuda hoy.
Te amo, Dios”

Durante las semanas siguientes, cuando sentía que tenía que darle una mano a Dios, sacaba este trozo de papel y lo leía. Y ¿sabes algo?, Él se las ha arreglado muy bien sin mi ayuda.

Tomé conciencia cuando estuve lista

Me encontraba en una situación tan delicada al comienzo que si en la hermandad de Al‑Anon existiera el enfrentamiento o la arbitrariedad, yo no hubiera sobrevivido en ella. Fácilmente hubieran podido hacerme sentir abrumada. No empecé a enfrentar los problemas sino hasta cuando estuve lista y me sentí capaz. Creo que por eso mi Poder Superior esperó hasta que yo tuviera dos años de recuperación en Al‑Anon antes de revelarme que mi padre, mi padrastro, mi hermano, mi primer esposo y muchas otras personas en mi vida eran alcohólicos. Necesitaba recibir el amor que tiernamente me volviera a la vida y que me dieran el tiempo que necesitaba para escuchar, relacionar y aplicar lo que podía.

He encontrado que los mismos instrumentos que utilicé para curarme de los efectos del alcoholismo son muy útiles en otras situaciones que vivo. Al tratar de mejorar relaciones difíciles, empiezo aplicando todos los Doce Pasos a esa relación. Las excelentes preguntas que aparecen al final del libro de Al‑Anon: El dilema del matrimonio con un alcohólico, me ayudan a enfrentar la relación un Paso a la vez y también a hacer un examen del papel que desempeño. Mi Madrina me ayuda a ver dónde se encuentran los aspectos que presentan problemas en mí. Luego hago lo que puedo para mejorar la parte de la relación que me corresponde, lo que quizás signifique reparar el mal causado o cambiar mi comportamiento hacia la persona —más desprendimiento emocional, compasión y comunicación; menos compromisos, o lo que sea—. La cicatrización es posible cuando le entrego la relación al Poder Superior y llego a estar dispuesta a que sea distinta. No es de sorprenderse que la mayor parte del tiempo sea yo la que cambia, no la otra persona. Con el tiempo, a medida que practico mi programa, se producen cambios ocasionales también en alguien más. ¿Podría ser porque he soltado las riendas y me ocupo de mis propios asuntos?