Soy la hija mayor de dos personas alcohólicas. Esa declaración dice mucho sobre algunas de las formas en que la enfermedad familiar del alcoholismo aparece en mi vida: al principio de la lista están los comportamientos de control, de cuidar a otras personas y complacer a los demás. Cuando tenía seis años, nació mi único hermano, y cuidarlo se convirtió en mi responsabilidad. Toda la vida he escuchado que debo cuidar a mi hermano. Creía que me tocaba asegurarme de que sus necesidades fueran satisfechas y que él estuviera bien.

Él ha pasado toda su vida percibiéndose a sí mismo como una víctima y creyendo que no podía cuidar de sí mismo. Vivió con nuestro papá toda su vida adulta hasta que papá falleció. Abandonó la escuela, y su vida ha transcurrido entre trabajos mal pagados y períodos de desempleo. Ha estado sin hogar de vez en cuando y ha pasado de una crisis a otra.

El deseo de mi padre en el lecho de muerte era que yo prometiera «cuidar» de mi hermano. Siempre he tratado de cumplir esa promesa corriendo hacia él cada vez que estaba en crisis para ayudarlo, por ejemplo, a comprar un auto, a encontrar un lugar para vivir, a solicitar asistencia social, a conseguir un trabajo o a pagar su cuenta de teléfono. Después de muchos años en Al‑Anon, uno pensaría que yo sabría cómo practicar el lema «Suelta las riendas y entrégaselas a Dios» para que Dios cuide de mi hermano, al igual que aprendí a soltar las riendas de los alcohólicos en mi vida.

Pero el desafío para mí era que mi hermano no es alcohólico ni adicto. No tiene ninguna enfermedad mental diagnosticada. Pero, como yo, es hijo de padres alcohólicos. Mi Madrina me dijo que algunas personas afectadas por esta enfermedad simplemente no logran despegar. Mi hermano es una de esas personas. He pasado toda una vida tratando de hacer que despegue hacia lo que es mi versión de una vida mejor para él.

Hace varios meses, mi hermano perdió otro trabajo y comenzó a dar vueltas en el desagüe hacia la falta de vivienda una vez más. Esta vez, con la ayuda de mi Madrina, mis amigos de Al‑Anon, los instrumentos del programa y la gracia de mi Poder Superior, he podido desprenderme de su situación y dejar de tratar de controlar el resultado. Hablaba con él cuando llamaba, pero durante esas conversaciones, no lo interrogaba sobre lo que él estaba haciendo para arreglar su situación, ni me ofrecía a ayudarlo a resolver sus problemas. No lo avergonzaba ni lo reprendía. Mantenía las conversaciones civilizadas y agradables. Esto no fue fácil para mí, pero con la repetición constante de «Suelta las riendas y entrégaselas a Dios» como mi mantra, finalmente estoy llegando a creer que la vida de mi hermano y sus resultados no son mi responsabilidad.

¡Y a veces suceden milagros! Mi hermano llamó hace unos días para decir que consiguió un trabajo, por sí mismo, sin mi ayuda (también conocida como interferencia). La gratitud y el alivio que siento son inmensos. No sé cuánto durará este trabajo o qué ocurrirá en el futuro, pero en este momento estoy muy orgullosa de él. Y estoy orgullosa de mí y del crecimiento que he logrado al usar los instrumentos del programa de Al‑Anon. «Un día a la vez», estoy aprendiendo a practicar el lema «Suelta las riendas y entrégaselas a Dios» para que Dios cuide de mi hermano.

Por Denise C., Saskatchewan, Canadá

The Forum, marzo de 2023

 

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