Llegué a Al‑Anon gracias a la sugerencia de un familiar quien estaba en recuperación. Estaba tan abrumada por las consecuencias del alcoholismo que sentía que estaba enloqueciendo. Sentía que no tenía herramientas y tenía mucho temor. Como no sabía qué otra cosa podía hacer, acepté la sugerencia. En esa primera reunión, me senté en la parte de atrás, escuché y lloré. Fui acogida e invitada a regresar. Cuando escuché las palabras: «Admitimos que éramos incapaces de afrontar solos el alcohol, y que nuestra vida se había vuelto ingobernable», sabía que así era exactamente como me sentía: incapaz».

Así que, seguí viniendo una y otra vez. Me di cuenta de que era incapaz ante mucha gente, lugares y cosas. Saber esto me ayudó a calmarme en medio de situaciones caóticas. Entonces podía concentrarme en aquello que podía controlar: a mí misma. Comencé a tomar decisiones, pequeñas decisiones, que estuviesen bajo mi control y fueran buenas para mí. En primer lugar, me fui a tomar caminatas en vez de quedarme en los conflictos. Hoy en día, aún soy incapaz ante las personas, los lugares y las cosas, pero estoy mucho más de acuerdo con eso. Cuido mejor de mí misma y no trato de controlar a los demás. Soy más consciente de su derecho a escoger su propia vida. Siento mucha más calma interior cuando me ocupo de mis asuntos y permito que los demás se ocupen de los suyos. Ahora es mucho más fácil vivir y trabajar conmigo. Mis relaciones van mejorando cada día gracias a Al‑Anon.

Por Murielle D., New Brunswick

The Forum, abril de 2020