Primer Paso

Admitimos que éramos incapaces de afrontar solos el
alcohol, y que nuestra vida se había vuelto ingobernable.

Muchos de nosotros llegamos a Al‑Anon agobiados por la frustración y la falta de esperanza. Algunos venimos para enterarnos de lo que debemos hacer para que una persona alcance la sobriedad; otros nos criamos en hogares alcohólicos o nos alejamos de compañeros alcohólicos y ya no vivimos con el alcoholismo activo. Tal vez no veamos las repercusiones de la convivencia con el alcoholismo hasta que comenzamos a admitir que tenemos dificultades familiares en nuestra vida y en nuestras relaciones actuales. Muchos de nosotros no entraríamos voluntariamente a Al‑Anon si no nos encontráramos en algún tipo de crisis dolorosa que nos impulsa a pedir ayuda. Aunque no lo expresemos de esa manera, venimos a Al‑Anon porque nuestra vida se ha vuelto ingobernable, venimos en busca de alivio.

La primera palabra del Primer Paso ejemplifica un concepto importante en la  recuperación  en  Al‑Anon: no estamos solos. En nuestras primeras reuniones, nos damos cuenta de que esto es cierto. Como lo dice la Bienvenida Sugerida de Al‑Anon y Alateen: «Los que vivimos o hemos vivido con un problema de alcoholismo los comprendemos de una forma en que quizá muy pocas personas lo puedan hacer. Nosotros también nos hemos sentido desamparados y fracasados, pero en Al‑Anon y Alateen, hemos aprendido que no hay situación verdaderamente desesperada y que  podemos  hallar satisfacción y hasta felicidad, ya sea que  el alcohólico  siga bebiendo  o no». Escuchar estas palabras puede ayudarnos a sentir que aún existe esperanza también para  nosotros.

Una vez que reconocemos que la bebida de otra per- sona ha afectado nuestra vida, nos sentimos tentados a culpar al alcoholismo de todo. Estamos seguros de que debe haber algo más que decir o hacer para convencer al alcohólico de que deje de beber, resolviendo así nuestros problemas. No entendemos que somos tan incapaces ante el alcohol como lo es el propio alcohólico.

Al no comprender que el alcoholismo es una enfermedad, muchos tratamos de hacer las cosas por cuenta propia. Vaciamos botellas, inventamos excusas, fastidiamos, rogamos, protegemos o castigamos al bebedor en nuestra vida. Podemos ocultar nuestros sentimientos, aislar al alcohólico o evitar el contacto con él, pensando que  nuestros problemas desaparecerán.

Podemos hacernos cargo de los proyectos inconclusos del alcohólico, contestar llamadas telefónicas o esconder sus errores. Hagamos lo que hagamos, nuestra vida no mejoran y el alcohólico no cambia.

Para decidirnos a dar el Primer Paso y admitir nuestra incapacidad ante el alcoholismo, primero tenemos que comprender y aceptar que el alcoholismo es una enfermedad. Las autoridades médicas han reconocido que el alcoholismo es una enfermedad progresiva que se puede controlar pero no curar —es una enfermedad de por vida—. Uno de los  síntomas  es el incontrolable  deseo  de beber; mientras el alcohólico siga bebiendo, ese deseo  se intensificará.  Algunos alcohólicos  intentan  convencer a sus familiares de que sólo beben en reuniones  sociales, haciéndolo los fines de semana o absteniéndose de hacerlo durante un tiempo limitado. La compulsión de beber habitualmente reaparece.  La abstinencia  completa es la única manera de detener la enfermedad. Muchos alcohólicos se recuperan con éxito a través de varios tratamientos. El programa de Alcohólicos Anónimos (A.A.) se considera en general como el más eficaz. La experiencia nos demuestra que no podemos obligar a nadie a dejar de beber ya que la decisión le corresponde al  alcohólico.

El alcoholismo es una enfermedad de la familia, lo que significa que «… el alcoholismo de un miembro afecta a toda la familia y todos se enferman. ¿Por qué sucede esto? Sucede porque, al contrario de la diabetes, el alcoholismo no solamente existe dentro del cuerpo  del alcohólico, sino que es también una enfermedad que afecta las relaciones familiares. Muchos de los síntomas del alcoholismo se advierten en el comportamiento del alcohólico. Las personas que están en estrecho contacto con el alcohólico reaccionan ante su comportamiento. Tratan de controlarlo, disculparlo o esconderlo. Se culpan a sí mismos y se sienten heridos.  Al final se sienten perturbados emocionalmente». (Alateen – esperanza para los hijos de los alcohólicos, página 6).

En las reuniones de Al‑Anon escuchamos hablar de nuestra incapacidad ante el alcoholismo descrita como: no lo causamos, no lo curamos, no lo controlamos. Comenzamos a aprender la premisa básica en Al‑Anon que consiste en dejar de enfocarnos en el alcohólico y empezar a enfocarnos en nosotros mismos. Por más difícil que parezca examinar la parte que nos corresponde en nuestros problemas, la aceptación del Primer Paso nos brinda alivio ante responsabilidades imposibles. Intentábamos solucionar una enfermedad —¡que ni siquiera era nuestra!—.

Para encontrar la paz y la seguridad en nuestra vida, debemos cambiar —idea que despierta la reflexión y quizás sea atemorizante—. Puede  ser  que  tengamos que volver a aprender a ocuparnos de nosotros mismos. Cuando nos enfocamos en el alcoholismo y en el comportamiento de otra persona, muchos de nosotros creamos la costumbre de anteponer las necesidades de esa persona a cualquier otra cosa. Podemos  sufrir de falta  de amor propio y no pensar en que merecemos tener tiempo para nosotros mismos. No importa que nos consideremos buenos o malos; siempre nos derrotará la enfermedad. En Al‑Anon encontramos ayuda.

Admitir nuestra incapacidad puede ser difícil; después de todo somos los seres capaces que salvaron la familia, el empleo o el mundo mientras los alcohólicos en nuestra vida creaban caos. ¿Cómo es posible que nosotros, los responsables, admitamos incapacidad? En Al‑Anon llegamos a entender que nuestra vida puede ser ingobernable porque tratamos de controlar a personas y situaciones en ella. Puede resultar difícil imaginar que nuestros esfuerzos bien intencionados sean parte del problema, pero al llegar a Al‑Anon ya estamos dispuestos a intentar algo nuevo —cualquier cosa—. Tenemos que aceptar que nada de lo que hagamos o dejemos de hacer puede controlar la bebida de otra persona. ¿Cómo podemos entonces ayudar a un alcohólico? En Al‑Anon aprendemos a aceptar las cosas que no podemos cambiar (el alcohólico) y a cambiar las cosas que podemos (nosotros). Para recuperarnos tenemos que aprender a enfocarnos en nosotros mismos.

Al mirar hacia el pasado en nuestra vida, se nos pide reconocer nuestra incapacidad ante el alcohol, el alcohólico y toda persona o acontecimiento que hayamos intentado controlar por nuestra propia voluntad. Al soltar las riendas de esa apariencia engañosa de control sobre otra gente, sus acciones y su adicción al alcohol, sentimos que  se nos quita  un enorme  peso de encima  y comenzamos a descubrir la libertad y el poder que poseemos —el poder de definir y vivir nuestra propia vida—. Disminuye la ingobernabilidad. Empezamos a ver  los senderos  de nuestra recuperación.

En Al‑Anon descubrimos principios que  funcionan para nosotros y nos permiten relacionarnos con los demás. Al‑Anon nos ayuda a aprender nuevas formas de establecer relaciones sólidas en todos los aspectos de la vida. El Primer Paso nos recuerda nuestra propia relación con los demás —somos incapaces ante ellos—. Nos ubica en una relación correcta con nosotros mismos —cuando tratamos de controlar a los demás, perdemos la capacidad de manejar nuestras propias vidas—. El Primer Paso es el verdadero comienzo de nuestro sendero de recuperación.

Los miembros comparten experiencia, fortaleza y esperanza

Acepté la verdad

Admití que mi vida se había vuelto ingobernable, pero durante mucho tiempo no pude creer que era incapaz de afrontar sola el alcohol. Estaba segura de que podía hacer que el alcohólico dejara de beber diciendo: «Si me quisieras, no beberías nunca más». Varias afirmaciones de ese tipo tenían sentido para mí en ese momento. Era una persona muy exigente. Antes de Al‑Anon no sabía que mis exigencias iban más allá de la capacidad de respuesta del alcohólico. No sabía que el alcoholismo era una enfermedad. Él me decía que yo no entendía, que para él no era tan simple dejar de beber como yo creía.

Algunas preguntas penosas me obsesionaban y perturbaban mi tranquilidad. ¿Qué ocurrirá si admito mi incapacidad y suelto las riendas de la situación? ¿Beberá más si dejo de tratar de controlar la bebida? ¿Sentirá que ya no lo amo si dejo de cuestionarlo con respecto a la bebida? ¿Pensará que he perdido interés en él y que quizás me atrae alguien más? ¿Gastará más dinero en alcohol?

Lo que finalmente me permitió practicar el Primer Paso fue el hecho de que no había ninguna diferencia entre lo que yo hiciera o no hiciera. Por ejemplo, podía llorar, rogar, enfadarme, o cualquier otra cosa, pero él continuaba bebiendo. Poco a poco él empeoró. Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que no tenía poder sobre esa enfermedad. Mis días en Al‑Anon se hicieron semanas, y las semanas meses. Cuanto más escuchaba en las reuniones, más me convencía de que yo tenía  que «Soltar las riendas y entregárselas a Dios». Tenía que «Vivir y dejar vivir». Al final dejé de lado la situación y admití mi incapacidad.

Comprendí que si las cosas no mejoraban, no podríamos seguir juntos. Él estaba muy enfermo, tanto mental como físicamente, debido a la enfermedad del alcoholismo. Abandoné ruegos y control y no interferí más en la situación. Acepté la verdad: no tenía la facultad de detener su alcoholismo. Gracias a Dios y a Al‑Anon al final hice lo que debía de hacer. El alcohólico de mi vida fue a un programa de veintiocho días, solicitó orientación y es ahora miembro de Alcohólicos Anónimos. Ha estado sobrio durante diez meses, diez maravillosos meses en muchos sentidos. Pese a que la sobriedad no es una rosa sin espinas, gracias a Al‑Anon puedo enfrentar los cambios.

Mi vida es sólo eso, mi vida

El Primer Paso fue lo más difícil de aceptar. ¿Incapaz ante el alcohol? ¿Una lata de cerveza? ¿Una botella de vodka? Son nada más que objetos —cosas inanimadas—. ¿Cómo podía yo, un ser humano que vivía y respiraba, sentirme incapaz ante una botella de alcohol? ¿Cómo podía admitir que una botella ganara y me venciera una y otra vez?

Me sentía como si admitiera que era incapaz ante un jabón o algún otro objeto inanimado. Mi ego se sentía herido, la situación iba en contra de todas mis creencias. ¿Incapaz ante el alcohol? Despreciaba el alcohol, pues el mismo transformó a mi madre, una señora simpática y sensata, en una loca gritona y humillante. El alcohol hizo que mi esposo perdiera cinco empleos en siete años y tuviera dos accidentes en dos meses. Aborrecía el olor  y el sabor del mismo. Mirarlo me era insoportable; pero creía que podía superarlo, que yo sería la triunfadora y no el alcohol.

No fue sino hasta que leí un fragmento en la página 76 del libro Un día a la vez en Al‑Anon, que logré entender. Aceptar este Paso no significaba una debilidad de carácter; significaba admitir con sinceridad que hay cosas que no puedo cambiar. Admitir que soy incapaz ante el alcohol le pone fin a la lucha; me libera para dedicarme a las cosas que puedo cambiar. Significa decirle a mi Poder Superior: «No puedo hacerlo sola. Necesito Tu ayuda».

Leer ese fragmento fue como ver la luz. Por fin podía ser sincera conmigo misma. Era incapaz ante el alcohol. Soy incapaz ante el alcohol y siempre seré incapaz ante el alcohol. Admitirlo me quitó el peso de encima; ya no tenía que luchar constantemente. Podía dedicarme a otras cosas, tal como a mí misma, y liberar la mente de los pensamientos totalmente desgastantes sobre la enfermedad.

Antes de venir a Al‑Anon, nunca pude aceptar el Primer Paso. Después de estar más de veinte meses en Al‑Anon, se me hace muy fácil recitar este Paso y creer en él.

Mi vida se había vuelto ingobernable. Gracias a Al‑Anon y a la práctica continua de este Paso, mi vida es sólo eso, mi vida —para concentrarme en ella y vivirla de la mejor manera que pueda—.

Pude ver los efectos

Antes de Al‑Anon no hubiera podido aceptar ninguna parte del Primer Paso. Creía que yo estaba bien y que todo sería perfecto si tan solo lograba que el alcohólico dejara de beber. Al comenzar a estudiar y a practicar el Primer Paso, se me hizo más fácil admitir la primera parte del Paso que la segunda.

Soy una persona visual. Al observar el Primer Paso y la palabra alcohol, visualicé una botella de whisky. Luego, visualicé una persona bebiendo de la botella. Veía el alcohol entrar en la persona y convertirla en alcohólica. Pude ver mi incapacidad ante el alcohólico mientras éste bebía, pero aprender que era incapaz ante él en todo momento, llevó mucho más tiempo. Más adelante la visualización me mostró la botella, la persona que la bebía, el alcohol que fluía de esa persona hacia mí, hacia mis familiares, hacia mis compañeros de negocios, etc. Veía que todos nosotros nadábamos en un mar de alcohol —luego salíamos, nos sacudíamos y difundíamos la enfermedad incluso a otras personas—.

Me llevó tiempo admitir que, aunque yo no bebiera alcohol, la enfermedad podía invadirme y afectar a otra gente. A medida que pasaba el tiempo y yo aprendía más, llegué a reconocer que todo lo que tocaba podía verse afectado por el alcoholismo que me invadía. Mi reacción ante otras cosas podía ser idéntica a la forma en que reaccionaba ante la bebida. Empecé a ver cómo mis propias reacciones habían hecho ingobernable mi vida. Vi cómo mi papel de mártir les había quitado a otras personas un sentido de responsabilidad y había reducido sus egos. Vi como se lo había hecho no sólo al alcohólico sino también a otras personas en mi vida.

Al final me di cuenta de que mi vida se había vuelto ingobernable porque estaba tan ocupada ocupándome de los demás que no tenía tiempo para ocuparme de mí. Escogía la ropa que mis familiares debían ponerse para que anduvieran bien vestidos, pero eso no me dejaba tiempo para ver si yo me encontraba bien. Hacía arreglos para que los demás acudieran a citas médicas y dentales, pero luego descuidaba las mías. No me di cuenta de todo esto de la noche a la mañana; ocurrió paulatinamente, pero al final pude entender el Primer Paso. Me di cuenta de que yo también tenía una enfermedad—causada por el contacto con todos los alcohólicos de mi vida—. Hoy sé que soy incapaz ante todos los nombres y pronombres en mi vida —otras personas, otros lugares y otras cosas—.

Siguiendo el proceso de eliminación, descubrí que había algo ante lo cual no era incapaz: yo misma. Soy responsable de mí misma. No soy responsable de la felicidad de ninguna otra persona, ni nadie es responsable de la mía. Sé que ninguna otra persona puede controlar mis emociones. Nadie puede hacer sentirme enfadada, triste, feliz ni ninguna otra cosa sin que yo le dé permiso para hacerlo. Mis sentimientos me pertenecen.

Hoy comprendo que soy incapaz ante el alcohol y que mi vida es ingobernable. Sé que con la ayuda de Al‑Anon y de mi Poder Superior, al cual opto por llamar Dios, mi vida se está volviendo más manejable.

Un recordatorio que tuvo el mayor efecto

Cuando llegué a Al‑Anon, vivía en una relación especial con un hombre cuyo temperamento explotaba de repente y de forma poco apropiada. Me molestaba especialmente viajar con él en su auto. Si el conductor del auto que iba adelante no se movía en cuanto el semáforo cambiaba a verde, el temperamento de mi amigo explotaba. Si otro auto se cruzaba delante del nuestro, ocurría lo mismo.

Al principio estaba segura de que mi amigo se enojaba mucho por cosas que yo hacía o decía o por algo que no había dicho ni hecho. Estaba convencida de que era culpa mía y de que podría solucionar la situación. Al menos podría controlar el nivel del estallido. Por eso me enojaba y le señalaba sus imprudencias en el camino, tales como no usar las luces intermitentes al cambiar de carril. Yo le platicaba de otros asuntos para que él desviara la atención de lo que había ocurrido. Pensaba que seguramente debía haber algo que pudiera hacer para eliminar mis sentimientos de culpa. Con tal solo estar allí, algo debía haber hecho yo que causara sus explosiones de ira.

Alguien en Al‑Anon compartió conmigo que: no lo causé, no lo puedo controlar, no lo puedo curar. Poco a poco tomé conciencia de una perspectiva, una actitud y un comportamiento nuevos. Cuando pensaba en eso, podía ver que yo no había causado la situación. Yo no conducía el otro auto, ni había provocado ninguna ira. Comencé a volver la cara hacia la ventana del lado del pasajero, repitiendo mentalmente una y otra vez: «No lo causé. No lo causé». Durante esta reacción el estómago se me revolvía. El rehusar asumir la responsabilidad por el temperamento de mi amigo era algo nuevo para mí. Eso me produjo  un sentimiento  muy incómodo.

Aunque estaba totalmente convencida de que no había provocado ese comportamiento inapropiado, aún sentía el deseo abrumador de controlar o curar lo que estaba sucediendo. Una vez más tuve que permanecer sentada y sentir la incomodidad de soltar las riendas de sus berrinches. Observé su comportamiento a lo largo de muchas semanas y comprendí que él no estaba preocupado por el mismo. Explotaba y luego actuaba como si nada hubiera pasado. No parecía darse cuenta de mi comportamiento anterior de intervenir sin demora para suavizar la situación, ni de mi nuevo comportamiento basado en el silencio.

Con esta nueva conciencia, comencé a aplicar la idea de que no lo causé, no lo puedo controlar y no lo puedo curar en distintos entornos. Algunas veces resultaba más difícil que otras manejar las mariposas que revoloteaban en el estómago; pero siempre sobrevivía después de aplicar la idea en nuevas situaciones, lo que me dio el valor de examinar las relaciones recíprocas en todos los aspectos de mi vida. Empecé a tomar decisiones conscientes acerca del papel que me correspondía en diversas situaciones. Finalmente aprendí a decir que los berrinches fuera de lugar me irritaban. Aprendí que estaba bien viajar en autos separados. Hasta el día de hoy, todavía aplico este principio. Me siento muy agradecida por los muchos instrumentos de Al‑Anon.

Aplicación del Primer Paso

Admitimos que éramos incapaces de afrontar solos el alcohol, y que nuestra vida se había vuelto ingobernable.

Cada uno de nosotros tiene la libertad de crear soluciones propias utilizando la experiencia, fortaleza y esperanza de quienes nos precedieron. Las preguntas siguientes para el estudio personal o de grupo pueden ayudarlos con el Primer Paso. Al practicar cada Paso, recuerden darse las gracias a sí mismos por el esfuerzo. Llamen a un amigo o al Padrino o a la Madrina y también compartan su éxito.

  • ¿Acepto que no puedo controlar la bebida de otra persona? ¿… el comportamiento de otra persona?
  • ¿Cómo puedo reconocer que el alcohólico es un individuo con costumbres, características y formas de reaccionar ante acontecimientos de la vida diaria distintas a las mías?
  • ¿Acepto que el alcoholismo es una enfermedad? ¿Cómo modifica eso la manera en que trato con el bebedor?
  • ¿De qué manera he tratado de cambiar a otras personas en mi vida? ¿Cuáles han sido las consecuencias?
  • ¿Qué medios he usado para obtener lo que quiero y necesito? ¿Qué podría funcionar mejor para satisfacer mis necesidades?
  • ¿Cómo me siento cuando el alcohólico rehúsa ser o hacer lo que quiero? ¿Cómo respondo?
  • ¿Qué sucedería si dejara de intentar cambiar al alcohólico o a otra persona?
  • ¿Cómo puedo soltar las riendas de los problemas de los demás en lugar de tratar de resolverlos?
  • ¿Estoy buscando una solución rápida para mis problemas? ¿Existe alguna?
  • ¿En qué situaciones me siento excesivamente responsable de otras personas?
  • ¿En qué situaciones siento pena o vergüenza por el comportamiento de otra persona?
  • ¿Qué me condujo a Al‑Anon? ¿Qué esperaba obtener en ese momento? ¿De qué manera han cambiado mis expectativas?
  • ¿Quién ha expresado preocupación por mi comportamiento? ¿Mi salud? ¿Mis hijos? Den ejemplos.
  • ¿Cómo me doy cuenta cuando mi vida es ingobernable?
  • ¿De qué manera he intentado obtener la aprobación o confirmación de otras personas?
  • ¿Digo que «sí» cuando lo que quiero decir es que «no»? Cuando lo hago, ¿qué ocurre con la capacidad que tengo de manejar la vida?
  • ¿Me encargo de otras personas con facilidad pero se me hace difícil ocuparme de mí mismo?
  • ¿Cómo me siento cuando la vida transcurre sin problemas? ¿Siempre preveo los problemas? ¿Me siento más vivo en medio de una crisis?
  • ¿Qué tan bien cuido de mí mismo?
  • ¿Cómo me siento cuando estoy solo?
  • ¿Cuál es la diferencia entre compasión y amor?
  • ¿Me atraen los alcohólicos u otras personas que parecen necesitarme para componerlos? ¿De qué manera he intentado componerlos?
  • ¿Confío en mis propios sentimientos? ¿Sé cómo son?