Antes de Al‑Anon, yo no era feliz. Juzgaba a todo el mundo en mi hogar. Mi esposo tenía problemas con el alcohol, pero, en ese momento, yo no sabía que se trataba de una enfermedad. Mi papá murió de alcoholismo a los 42 años. Tengo dos hermanas y un hermano a quienes ayudé a criar porque mi mamá cayó en una profunda depresión luego de que Papá murió. Yo no quería tener que ser la adulta en la familia, pero sentí que no tenía opción.
Más adelante, me casé con un hombre que también era alcohólico. Una noche, él llegó a casa y pidió el divorcio. Me enfermé, me deprimí y enloquecí, todo al mismo tiempo. Una amiga sugirió que intentara ir a Al‑Anon, que tal vez eso podría ayudarme. No sabía cómo podría ayudarme, pero dije que iría. Solo había tres personas en esa reunión. A medida que comenzaron a compartir, mi corazón se identificó con lo que estaban diciendo. Lloré durante toda la hora. Me alentaron a asistir a seis reuniones. Han pasado varias décadas desde entonces. Todavía sigo viniendo y me encanta todo lo que recibo de sus miembros.
Por Carol Ann W., Nueva Escocia
The Forum, mayo de 2020