Ha sido difícil para mí vivir con el hecho de que me echen la culpa de la incapacidad del alcohólico de mantenerse sobrio —empezando con mi papá, luego mi esposo y ahora un hijo adulto—. Era algo común que me echaran la culpa a mí o que se enojaran conmigo. ¿Qué estaba haciendo mal?

A medida que practicaba el programa de Al‑Anon, empecé a ver lo mucho que yo misma me había abandonado. Cuando la ira que sentía llegó a los extremos por lo que el alcoholismo le había hecho a mi vida, me di cuenta de que —ya fuera que estuvieran felices, tristes, borrachos o sobrios— su recuperación o la falta de ella era siempre una responsabilidad con la que ellos tenían que cargar, no yo.

Asistir a las reuniones de Al‑Anon y escuchar la experiencia, fortaleza y esperanza de otros miembros de Al‑Anon me ayudó a superar la idea distorsionada que tenía de la vida «perfecta» que me había imaginado una vez que el alcoholismo hubiera desaparecido para siempre. Esa era una fantasía que había creado en mi mente, y poco a poco la convertí en mi objetivo.

Por más distorsionada que fuera, me aferré a esa esperanza hasta que me enfrenté a la realidad. No habría vida «perfecta» reservada para mí. Aprendí a dejar de tratar de encontrarle una solución al dilema del alcohólico. Me dolió la pérdida de mi sueño y del concepto de sobriedad. Empecé a practicar en serio el programa de Al‑Anon.

Mi tarea consistía en encargarme de mí y de mis responsabilidades. Finalmente, no me dejé atrapar en el juego del alcohólico de echarme la culpa a mí. Sí, todavía me duele cuando mi hijo me dice que me odia a causa de su alcoholismo y de todos los problemas que el alcoholismo genera, pero ahora entiendo que no es a mí a quien odia.

Puede ser que mi vida no sea perfecta, pero una vez que entendí el programa de Al‑Anon, la idea distorsionada que tenía de la vida cambió para bien. ¡La vida puede ser buena!

Por Daisy P., California
Al-Anon se enfrenta al alcoholismo 2015