Después de que mi madre me agredió por no permitirle conducir intoxicada, tuve muchos temores. Nunca antes ella nos había puesto una mano encima, ni a mí ni a mis hermanos. Temí que ella me atacara de nuevo y no quería estar cerca de ella. Cambié las actividades de mi vida diaria para poder verla lo menos posible. Yo la evitaba especialmente cuando sabía que ella estaría borracha.

Temía que lo que mi madre me hacía era culpa mía y que me lo merecía. Temía en cuanto a la forma en que actuaría mi madre en el futuro. No sabía cómo se sentiría ella si tuviera que ir a prisión, y no podía expresarles mis temores a mis familiares ni a mis amigos porque estaba confundida.

Después de ir a Alateen, me di cuenta de que todo lo que había pasado no era culpa mía ―era el alcohol―. Aprendí que no debía estancarme en el pasado ni temerle al futuro ―tenía que llevar las cosas un día a la vez―.

Rachel – Connecticut