Cuando llegué a Al‑Anon, era una mujer enojada, resentida y retraída. Había apartado de mi vida a mis padres y a mis hermanos porque no quería que supieran lo que estaba pasando. Siempre había esperado que la bebida se detuviera y que nadie necesitara saber qué estaba pasando en nuestro hogar.

Por supuesto, no estaba engañando a nadie. Por último, mi hermana, que había estado asistiendo a Al‑Anon durante años, me preguntó si la bebida de mi marido me preocupaba. Le dije que sí. «Entonces Al‑Anon es para ti» —me dijo ella. Fui a mi primera reunión.

Después de ir a Al‑Anon durante varios años, de leer la literatura, de conseguirme una Madrina y de trabajar en los Pasos y en las Tradiciones en mi vida, aprendí a vivir en medio del alcoholismo activo con algo de paz y serenidad. Era infeliz en mi matrimonio, pero sentía que no tenía otra opción que seguir en él. Había visto los efectos que las rupturas de los matrimonios de mis tres hermanas tuvieron en mis padres. No quería repetirlos. Tenía miedo de vivir sola y ser responsable de mí misma y de mis gastos personales.

Mientras tanto, la salud de mi padre se había deteriorado. Una mañana, mi madre llamó para decirle que lo habían llevado a la sala de emergencias. Ella nos pidió a mis hermanos y a mí fuéramos al hospital, pues parecía que él se acercaba al final de su vida. Mis hermanos y yo nos turnamos para verlo y despedirnos de él.

Cuando entré, él estaba casi inconsciente, con una máscara de oxígeno que le cubría la cara. Le agarré la mano, le dije que lo amaba y que él debía dejar de luchar, que respirara y soltara las riendas. Lo único que pudo hacer fue apretarme la mano. Mi madre tuvo que hablar por él. Ella me dijo que él se preocupaba por mí y lo único que quería era que yo fuera feliz. Entonces me di cuenta de que aunque pensaba que estaba protegiendo a mis padres, lo que hacía era causarles sufrimiento al ver mi matrimonio infeliz. Sentí que mi padre me dio permiso, antes de fallecer, de terminar mi matrimonio.

Yo estaba preparada para un cambio. Al cabo de unos meses, le dije a mi esposo que quería separarme. Quería terminar mi matrimonio sin causar dolor, pero me di cuenta de que después de veinticinco años iba a haber un poco de dolor. Con el apoyo de mis amigos de Al‑Anon y de mi familia, superé el dolor, lloré por el final de mi matrimonio y sobreviví sin demasiado sufrimiento.

En Al‑Anon, aprendí que tenía opciones y merecía ser feliz. Aprendí a ser independiente y a defender mi punto de vista. Aprendí que podía enfrentar mis temores con mi Poder Superior a mi lado. Aprendí a ser abierta y a estar dispuesta a aceptar la voluntad de Dios para conmigo, y a entregarle a Dios el cuidado de mi padre. Gracias a Al‑Anon, conocí a mi segundo esposo y me casé con él, quien es un alcohólico en recuperación y asiste a Alcohólicos Anónimos. Es estupendo trabajar en nuestros dos programas juntos en nuestro hogar.

A veces, veo los efectos en mis hijos de crecer en un hogar alcohólico. Dos de ellos asistieron a Alateen y a Al‑Anon hace muchos años. Por más que quiera, sé que no puedo solucionar sus problemas. Podría citar un lema que creo que podría ser útil, y siempre les digo, cuando quieran y si quieren asistir a Al‑Anon, que yo los llevo a una reunión. Hace unos cuantos años, mi primer esposo falleció debido a complicaciones por su alcoholismo. Pude llorar y apoyar a mis hijos por la pérdida de su padre.

Le doy gracias a Dios por haber puesto ese alcohólico en mi vida y por llevarme a Al‑Anon. Estoy agradecida por todos los maravillosos regalos que he recibido al practicar este programa todos los días y en todos los aspectos de mi vida.

Marilyn K. – Ontario, Canadá
The Forum, noviembre de 2016