Cuando el Coordinador de Mesa de la reunión anunció que el tema de la reunión matutina de los sábados de Al‑Anon sería el control, me recosté de mi asiento y me dije a mí misma que yo no necesitaba compartir —ni siquiera prestar atención— porque mi problema no era el control. ¿Acaso no siempre consentía yo a cada deseo de mi esposo? Yo nunca trataba de controlarlo. Lo que fuera que él quisiera, estaba bien para mí. Hace años que yo había dejado de querer cualquier cosa. Ni siquiera valía el esfuerzo en mi matrimonio porque, cada vez que yo trataba de pedir lo que quería o incluso hablar acerca de un libro que estaba leyendo o contar una historia graciosa de mi trabajo, mi esposo comenzaba a gritarme o me menospreciaba o ridiculizaba por mis sentimientos.

Pero, por alguna razón que no podía entender, al principio de esa reunión (la reunión a la cual no tenía que prestar ninguna atención), comencé a llorar descontroladamente. Una amiga estaba sentada junto a mí y comenzó a poner pañuelos sobre mi mano porque yo estaba llorando muchísimo. En los últimos minutos, antes de que se acabara la reunión, finalmente compartí. En medio de las lágrimas, dije que no lo entendía. Dije que yo nunca trataba de controlar a mi esposo. Él siempre podía hacer lo que él quisiera. Yo nunca trataba de obligarlo a hacer nada. ¡Estaba tan confundida!

Tras la reunión, otra amiga vino a abrazarme y dijo algo que finalmente me ayudó a aclarar mi confusión. Ella dijo que ella solía tratar de aquietar a todo el mundo en su casa para que su hijo adulto alcohólico no bebiera. En Al‑Anon se dio cuenta de cuan inútil era hacer esto. Su hijo iba a beber no importa cuán tranquila estuviera la casa, porque él era un alcohólico. Finalmente llegué a comprender que yo había estado haciendo lo mismo en mi matrimonio: tratando de controlar la ira de mi esposo al estar de acuerdo con él todo el tiempo y al nunca querer nada para mí. Continué haciendo esto, incluso cuando su alcoholismo y su ira se habían puesto peor con el paso de los años. Poco a poco, comencé a dejar de vivir con miedo acerca de cómo mi esposo iba a reaccionar. No podía controlar la ira de mi esposo más de lo que podía controlar su alcoholismo. Aprendí a hacer lo que era adecuado para mí.

Por Mary M., Idaho
The Forum, octubre de 2018