La primera vez que puse un pie en Al‑Anon fue porque mi madre bebía alcohol. Mi pareja, quien pertenece a Alcohólicos Anónimos (AA), sugirió que asistiera a Al‑Anon, y también lo sugirieron otras ayudas externas. En ese momento, había asistido a algunas reuniones abiertas de AA y anhelaba el sentimiento de comunidad que presencié allí.
Una noche, al día siguiente de mi cumpleaños, decidí ir apresuradamente. «Es ahora o nunca», pensé, pues sabía que, si seguía postergando las cosas, probablemente no iría. Sabía que Al‑Anon no detendría el alcoholismo de mi madre ni de ningún otro alcohólico, pero también sabía que ya no podía soportar los efectos de la enfermedad por mi cuenta.
La primera noche escuché lo que otros compartían y, cuando fue mi turno, compartí aquello por lo que estaba agradecida, en lugar de decir lo que realmente había en mi corazón. La persona que habló después de mí compartió acerca de su dolor, ira y emociones a flor de piel. Recuerdo que pensé que yo sentía lo mismo y deseé haber compartido con más honestidad. Le agradecí a esa persona después de la reunión. Su honestidad me ayudó a darme cuenta de que Al‑Anon es un espacio donde puedo ser quien realmente soy. Nunca había tenido ese espacio en casa. Aquí podía sentirme agradecida y devastada a la misma vez.
Al‑Anon es un espacio seguro donde puedo procesar mi experiencia en comunidad. Cuando llegué a Al‑Anon, estaba convencida de que lo perdería todo por culpa del alcoholismo de mi madre. Ahora, con casi cuatro años en el programa, he obtenido tanto. Tengo amistades irremplazables, una Madrina, una comunidad, sentido de seguridad y un sinfín de instrumentos. Aunque no fue una manera de salvar o cambiar a mi mamá, Al‑Anon me cambió y me salvó a mí.
Por Ashleigh S.
The Forum, junio de 2024
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