Mi hija adulta estaba de visita desde otro estado. A lo largo de su vida, ha luchado contra la ansiedad y la depresión. Cuando la miro, veo una joven hermosa y escultural. Pero su apariencia muestra solo su caparazón exterior, no las gruesas capas de miedo, abandono, necesidad de control y otros síntomas de la enfermedad familiar del alcoholismo que han aprisionado a la hermosa mujer que hay en ella.

Lo sé porque soy una hija adulta de alcohólicos. La entiendo porque yo era ella. Aprendí desde temprana edad a ser hipervigilante y observadora para tratar de controlar mi descontrolada vida familiar. Mi principal método de control era tratar de hacer felices a todas las personas enojadas, deprimidas y tristes que me rodeaban. Su felicidad era mi foco. Mis intentos de afrontar mi situación familiar crearon una coraza protectora hecha de capas duras y gruesas de deshonestidad, pensamiento distorsionado, miedo, ansiedad y autodesprecio. Cuando tenía la edad de mi hija, mi forma de pensar acerca de mí misma y los demás estaba distorsionada.

No tenía idea de quién era, qué sentía ni cómo conseguir el amor y la seguridad que anhelaba. Intentaba satisfacer estas necesidades en los lugares equivocados: me automedicaba con alcohol; salía con hombres que eran alcohólicos, adictos o no estaban disponibles emocionalmente, y pasaba tiempo con «amigos» a los que quería complacer, aunque no me agradaran.

Asistí a mi primera reunión de Al‑Anon hace más de 40 años. Antes de eso, no sabía que mi madre, mi padre y mi hermana eran alcohólicos. Debido a que crecí en el seno de una familia disfuncional, no tenía forma de saber que había otras formas de vivir en el mundo. Pero Al‑Anon cambió esto.

Durante mis primeros días en Al‑Anon, era habitualmente una persona silenciosa y triste, y me sentía miserable. A pesar de ello, me pintaba una sonrisa en el rostro sin importar lo horrible, enojada y resentida que me sintiera por dentro. Estaba tan concentrada en los demás, que nunca pensé en mirarme honestamente a mí misma. Pero escuché una y otra vez que: «en este programa, prestamos atención a nosotros mismos». Esa idea era ajena para mí. No sabía que la seguridad, la estabilidad y el amor que anhelaba nunca podría encontrarlos fuera de mí, aunque era ahí donde los buscaba. En cambio, estas cualidades estaban dentro de mí, donde estaba mi Poder Superior.

Al‑Anon fue la nave espiritual en la que zarpé hace muchos años en mi búsqueda para descubrir lo que se escondía debajo del caparazón que había desarrollado para proteger mi corazón. Las reuniones, la literatura, los Pasos, los principios, mi Madrina, el servicio y las amistades me ayudaron a navegar la vida de nuevas maneras y a recuperarme de los efectos devastadores que el alcohol y la adicción tuvieron en mi vida. Hoy en día, el programa de Al‑Anon continúa revelando aquellas partes de mi caparazón que aún necesitan ser removidas para descubrir más del ser sereno, alegre y hermoso en mi interior.

Por Anónimo

The Forum, julio de 2024

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