Hace dos años, mi grupo decidió ampliar la duración de las reuniones de 60 a 90 minutos. Nunca me han gustado las reuniones largas, pero no estuve presente en la reunión en la que se votó por la nueva duración. Dado que muchas reuniones cercanas duraban una hora, los recién llegados o visitantes solían interrumpir para preguntar cuándo terminaría la reunión. Algunos miembros llegaban tarde, otros se marchaban antes de tiempo y otros se levantaban para estirarse en mitad de la reunión. En mi opinión, todo ello resultaba en muchas interrupciones.
La próxima reunión de asuntos de grupo se anunció con bastante antelación, y tuve tiempo de sobra para despejar mi agenda y poder asistir. La agenda del día incluía el tema de volver a cambiar la duración de la reunión a 60 minutos. Cuando comenzó la reunión, me sorprendió que tantos miembros no estuvieran interesados en volver a la duración original. Presenté todas las razones por las que quería cambiar la duración de la reunión y propuse soluciones para abordar cualquier objeción.
Los miembros compartieron lo relajados que se sentían al no tener que apresurarse con la apertura y el cierre sugeridos, señalaron que había tiempo para responder preguntas sobre los anuncios y señalaron que las interrupciones que tanto me molestaban también ocurrían en muchas reuniones más cortas. Nada de esto cambió mi postura, y mi forma de pensar no cambió la postura de los demás miembros.
Ahora que el grupo había tomado la decisión de mantener la reunión en 90 minutos, aunque yo no estuviera de acuerdo, tuve que reconsiderar mis opciones. Una opción extrema sería dejar mi grupo habitual y buscar otro diferente, y otra opción sería asistir, enfadarme y quejarme por las cosas que me molestaban. Dado que estos eran extremos, me propuse encontrar un término medio.
Recordé que estoy en este programa de Al‑Anon para recuperarme de los efectos del alcoholismo de otra persona, no para alimentar el impacto de la enfermedad en mi vida. Así que llamé a mi Madrina para hablar sobre las Tradiciones. La Primera Tradición y la Segunda Tradición me recordaron que no se trata de «mi» bienestar común, sino del «nuestro» bienestar común, y que un Poder Superior —más grande que yo o que el grupo— guía las decisiones. Como se indica en la sección «Grupos de Al‑Anon y Alateen en acción» del Manual de Servicio de Al‑Anon y Alateen (SP‑24/27), aunque el Quinto Concepto nos concede el derecho de apelación, «después de que se atienda una apelación, si la decisión se mantiene o se altera, la persona debe aceptar la conciencia de grupo». Mi Madrina me animó a examinar cuáles eran mis motivaciones y evaluar cuán importante era esto para mí y para el grupo.
Lo que comenzó como un intento por lograr que se escuchara mi voz acabó convirtiéndose en una gran oportunidad de crecimiento. Creía que yo sabía lo que quería y pensaba que eso era lo mejor para el grupo. Cuando fui capaz de llegar al fondo de lo que era realmente importante para mí y para el grupo, pude unirme al propósito de Al‑Anon y descubrir oportunidades para participar en la unión del grupo practicando la tolerancia y la aceptación. Pude entonces apreciar a mi grupo base.
Por Christa A., Servicios a los grupos y Coordinadora de Alateen
The Forum, noviembre de 2025
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