Cuando mi hijo estaba en la escuela secundaria y se involucraba en muchas situaciones que me llenaban de preocupación, yo solía pasar mucho tiempo en lo que llamaba el «autobús de la preocupación». Este era bastante grande y tenía espacio para muchos familiares y amigos.

El mismo tenía un rótulo enfrente que indicaba el destino, el cual podía cambiarse en un segundo. Todos nos amontonábamos y discutíamos sobre el destino. El primer destino podía ser «¿Se va él a morir o lo van a echar a la cárcel?» Y todos nosotros lo discutíamos con mucha angustia.

Cuando lo arrestaran por alguna ofensa, el rótulo del destino cambiaría inmediatamente a «¿Cumplirá él con la cita de la corte?», a «¿cumplirá con la decisión del juez?» y, por último, a «¿soportará la cárcel?»

El autobús nunca llegó tarde, y siempre había otro si se me pasaba el primero. Después de algún tiempo en Al‑Anon, llegué a comprender mejor lo que significa «desprenderse con amor». En determinado momento, me negué a abordar el autobús. Los amigos y los parientes se asomaban con asombro por las ventanas y me decían: «¿Has renunciado a tu hijo?», «¿qué te pasa?» Sin embargo, sentí que amaba y apoyaba a mi hijo más de lo que podía recordar. Tenía una claridad y una fe de que yo podía hacerle frente, un despertar a la vez.

Sin la preocupación constante, sentí que ni las ataduras ni las expectativas debilitaban mi amor hacia mi hijo. Más bien, mi amor se hizo más fuerte con el desprendimiento, y llegó a ser evidente y a convertirse para mi hijo en un regalo mucho más valioso que la preocupación.

Kirk F. – California
The Forum, enero de 2016