Estaba sentada en el auditorio viendo una obra de teatro de la escuela: El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde. Miraba fijamente, pensando que de un modo raro me parecía familiar. De repente me di cuenta: eso es lo que significa ser la hija de un alcohólico. Mi madre es tanto Jekyll como Hyde. Ella se transforma fácilmente de amiga a enemiga, lo cual me da miedo. Desde afuera, mi familia se mira común: una madre y un padre que viven con sus hijos en una linda casa, con un perro y dos gatos; pero, si entra a mi vida, usted mismo se verá enredado en el caos emocional.
Mis preocupaciones comienzan todos los días en la mañana. ¿Quién va a entrar por la puerta? ¿Es la enfermedad del alcoholismo, o es la persona que amo? ¿Tendré que llamar al 911 otra vez hoy en la noche? ¿Voy a escuchar las palabras suaves y amables de una madre amorosa, o el ataque sarcástico de una persona alcohólica cruel?
He tenido que crecer más rápidamente que la mayoría de mis compañeros de clase. Incontables veces me he quedado absolutamente desesperada en medio de la noche, mirando a los funcionarios del EMS (Servicio Médico de Emergencia) abrirse camino por las escaleras hasta llegar al dormitorio de mi madre, con la esperanza de que de alguna manera liberen a mi familia de la enfermedad que nos ha robado nuestras vidas.
Han sido tantos los años que he pasado subida en una montaña rusa emocional que ya se ha empezado a ver como algo raramente normal. Muchas veces me sentía muy sola. Vivía con temor —con una madre que estaba allí, pero que no estaba para mí—. Pasando por altibajos, he encontrado a Alateen: un refugio y un lugar para crecer.
Por Darian
Al-Anon se enfrenta al alcoholismo 2013