Durante toda mi vida supe que mi padre era alcohólico, pero no fue sino hasta mi primer año de secundaria que sentí todo el peso del mismo. Mis padres se divorciaron, y yo vivía con mi papá.

Vivir en esa casa era como andar con pies de plomo. Traté de estar tranquila y mantenerme reservada para que él no me notara ni se enojara conmigo. Evité recibir amigos en casa.

Cuando se desmayaba en la noche, yo inmediatamente iba a sus escondites y vertía el alcohol en el fregadero. Cuando me dejaba sola en el auto, yo buscaba las botellas de refrescos que él había llenado de vodka. No se me ocurría pensar que él era un hombre hecho y derecho y que acabaría por comprar más alcohol, y que lo único que yo estaba haciendo era tirar el dinero en el desagüe.

Cuando no actuaba como la encargada del cuidado de mi padre, me comportaba mal —empezando peleas en casa, bebiendo y pasando el rato con la gente equivocada—. Secretamente esperaba llamar su atención y que abriera los ojos. Yo estaba desesperada por tener algún tipo de control ante una situación evidentemente desesperanzada.

Mi mamá empezó a ir a las reuniones de Al-Anon para encontrar ayuda y consuelo para hacerle frente a la bebida de mi papá. Ella me animó a ir a un grupo llamado Alateen para los muchachos que tienen que lidiar con padres alcohólicos, pero insistí firmemente en que yo podía manejar las cosas sola.

Yo no necesitaba ninguna ayuda, pero el hacer de niñera en la casa afectaba mi trabajo escolar, y mis calificaciones bajaron rápidamente por lo mismo. La orientadora escolar también me sugirió vehementemente que fuera a Alateen.

Poco después, me di cuenta de que los días eran más duros de pasar. Me encontraba llorando con más frecuencia. Finalmente fui a mi primera reunión. Aunque en la reunión me sentía extraña e incómoda al principio, rápidamente encontré consuelo en esa sala al escuchar las historias de la gente y la forma en que lidiaban con el alcohólico en su vida. Todos teníamos la misma historia, solo que con diferentes detalles.

Saber que otras personas estaban pasando por lo mismo que yo hizo que mis problemas salieran de mi cabeza. Durante el tiempo que estuve allí, todos los lunes por la noche, las cosas que sucedían en el hogar no podían afectarme. Pude respirar por un rato.

Aprendí que la única persona a quien podía controlar era a mí misma. Aprender a aceptar que no podía controlar la enfermedad de mi padre fue algo que me quitó un gran peso de encima.

Después de dos años y de haber tenido dos recaídas, empecé a perder la esperanza de que el hombre que me había criado fuera a regresar. Alguien me dijo una vez que los alcohólicos llevan su enfermedad como si esta fuera un perro rabioso encadenado a ellos, siguiéndolos dondequiera que vayan.

Había pasado tanto tiempo enfocándome en la forma en que la enfermedad había afectado a mi familia que nunca me había detenido ni una sola vez a pensar en que mi padre tampoco quería cargar con ese peso. Suena como algo obvio que decir, pero cuando se vive con un alcohólico, es fácil ver sus acciones como deseos egoístas en lugar de compulsiones con las cuales ellos luchan.

Cuando dejé de mirar a mi padre como una decepción o como un enemigo, vi a alguien que estaba destrozado y que necesitaba ayuda. Empecé a sentir compasión por él. Él no hacía esas cosas a propósito, y quizá se sentía tan perdido como yo.

Suena raro decir que me siento agradecida por la enfermedad de mi padre, pero sin la misma, sé que de ninguna manera estaría donde hoy estoy. No tendría la relación que hoy tengo con mi padre ni podría decir que él es uno de mis mejores amigos. No hubiera encontrado el apoyo ni los amigos que encontré por medio de Alateen. No hubiera aprendido las lecciones que aprendí ni me hubiera convertido en la persona que ahora soy.

Por Jackie
Al-Anon se enfrenta al alcoholismo 2016