Como crecí en un hogar alcohólico, a una edad temprana aprendí a ser solucionador problemas. Cuando tenía doce años de edad, el alcohólico en nuestra familia murió y, como hijo mayor, me convertí en «el hombre de la familia». Esta carga de responsabilidad fue el catalizador de un excesivo esfuerzo por lograr mis objetivos, lo cual me fue útil cuando era joven pero se convirtió en mi caída como padre en edad madura de una hija adolescente alcohólica.
Desde el momento en que mi hija tuvo quince años y hasta que cumplió los treinta, intentamos con todos los programas que podíamos sufragar contra las drogas, el alcohol y los trastornos alimentarios. Algunos se orientaban hacia doce pasos; otros no. Había centros de internamiento, hogares para el tratamiento, centros de terapia interna y de terapia externa, centros de rehabilitación de adicciones y programas naturales en diferentes partes del país. Consideraba que yo era un solucionador de problemas inteligente e ingenioso, y que sólo sería cuestión de tiempo para que encontráramos la solución adecuada al problema de nuestra hija.
Quince años más tarde y después de gastar decenas de miles de dólares, estábamos tan distantes de «curarla» como lo estuvimos al principio. Ella se había convertido en mi obsesión diaria. La calidad de vida que yo tenía dependía completamente de la calidad de vida de ella. ¿Estuvo ella en una crisis esta semana, o estuvo fuera de riesgo? ¿Estuvo ella en un hospital psiquiátrico o en la cárcel, o estuvo temporalmente bien? El dolor de vivir la vida de mi hija finalmente se convirtió en algo demasiado difícil de soportar. Empecé a recibir terapia y comencé a asistir a reuniones de Al‑Anon.
Un día de invierno en un viaje de negocios, me detuve en una iglesia para rezar una oración. Al arrodillarme, se me vino a la mente la idea de que nuestra hija había sido un regalo para nosotros de un Poder Superior, y que ahora necesitaba soltar las riendas de ese regalo si quería percibir un poco de paz. Con lágrimas en los ojos, le entregué la vida de mi hija por completo a un Poder Superior.
Una sensación de gran alivio se apoderó de mí, y sentí como si la pesada carga que había estado llevando durante tantos años se hubiera aminorado. Ya no tenía que ser el eficiente solucionador de problemas. Podía amar a mi hija sin tratar de manejar su vida. No tenía por qué ser competente en todo, y tengo derecho a cuidar de mí mismo antes de cuidar de otra persona. Sobre todo, entendí que está bien pedir ayuda, y que está bien no poder brindar ayuda algunas veces.
Estas fueron lecciones de vida de las que de alguna manera me había perdido cuando crecía, y que al escuchar la experiencia, la sabiduría y la esperanza de otras personas en Al-Anon, me habían preparado para recibirlas cuando mi espíritu estuviera listo.
Hoy en día, mi hija todavía lucha con sus adicciones, pero entiendo claramente que ella tiene su propio Poder Superior, y que el dejar que ella aprenda de sus errores es la única forma en que puede crecer y beneficiarse de la experiencia, la cual es el maestro más eficiente. Aparte de decirle que la amo, no interfiero. Sobre todo, disfruto la relación que tengo con nuestra otra hija, quien fue una segunda prioridad durante muchos años, y con mis nietos, que son una gran bendición. He llegado a conocer la paz y la aceptación y, por eso, estoy inmensamente agradecido.
Joe McC. – California
The Forum, octubre de 2016