Hace varios años, una terapeuta me recomendó que fuera a Al-Anon. Yo había estado asistiendo a sesiones de terapia porque mi vida era pésima. No tenía la menor idea que la terapeuta que elegí había estado en Al-Anon muchos años antes. Me dijo que no podía seguir visitándola hasta que asistiera a Al-Anon. Esto me sorprendió. ¿Yo? Pensé —¡Yo no tengo ningún problema! ¡Yo no estoy bebiendo! Me llevó un tiempo reunir el coraje de asistir a mi primera reunión.

Me senté en el estacionamiento del lugar de la reunión por un largo rato. Cuando por fin me levanté y entré, fui recibida muy calurosamente en la puerta. Este fue el comienzo de un viaje que ha estado evolucionando desde entonces. Mi vida era tan ingobernable. No tenía idea en ese entonces que el alcoholismo me había afectado en formas que continuarían revelándose una y otra vez. Al principio, me resistí a comunicarme con otros por teléfono. A medida que pasaba el tiempo, comencé a inventar excusas para no asistir a las reuniones y dejé de ir por completo. Finalmente, fue una crisis por la adicción de mi hijo la que me condujo de regreso a Al-Anon.

Cuando regresé a las reuniones, fui recibida calurosamente, pero todavía era reacia a conseguir una Madrina o hablar por teléfono. Finalmente, mi fachada comenzó a resquebrajarse. No podía ignorar más el dolor de lidiar con el alcoholismo y la adicción. Durante un momento particularmente bajo, dos miembros me dieron su número de teléfono y me pidieron que les llamara simplemente para decir que estaba bien. Me resultó difícil levantar el teléfono que parecía pesar setecientas libras, pero lo hice. Los mensajes que dejé fueron simples, pero me hicieron realizar algo que no me creía capaz de hacer. Con el tiempo, le pedí a una de las mujeres que fuera mi Madrina. El progreso que he logrado ha sido nada menos que notable. Mi vida ha cambiado en formas que no hubiese pensado que fueran posibles.

Por Caryn V., Ohio

Al‑Anon se enfrenta al alcoholismo 2020