Mi primera reunión de Al‑Anon fue aquella a la que no asistí. Me quedé sentado en mi auto fuera del edificio mirando a la gente entrar. Sonreían y se abrazaban unos a otros.
Yo estaba aquí porque mi mejor amigo me había dicho que yo encontraría ayuda en Al‑Anon, y hasta serenidad. Pero no podía entrar. Regresé a mi apartamento vacío, y al dolor, a la ira y a la tristeza que había dentro de mí.
A la noche siguiente, regresé a la reunión, y esta vez obtuve el valor suficiente para entrar. Cuando la secretaria del grupo preguntó si había algún recién llegado, levanté la mano y dije mi nombre.
A medida que la reunión proseguía, algo me sucedió. Todavía no sé qué fue. No tenía nada que ver con lo que nadie estaba diciendo. Era una sensación repentina de encontrarme en casa, de estar en el lugar correcto para mí —por primera vez en mucho tiempo—.
Por Ed S. – California
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