Puedo recordar escabullirme hacia el garaje una noche de invierno para revisar el sujetador de vasos y el maletero del coche para ver si mi esposo había dejado botellas vacías. A las tres de la mañana, temblando en mis zapatillas y en mi bata, buscaba la «prueba» de algo que estaba afectando casi todas las facetas de mi vida.

Con una botella vacía en la mano, hice una llamada telefónica desesperada a la terapeuta de mi esposo, pidiéndole ayuda y exigiendo que ella hiciera algo con respecto a la bebida de él. A la mañana siguiente, me avergoncé de mis acciones y de mi caos emocional. Sentí que mi racionalidad se estaba desvaneciendo.

Oí hablar de Al‑Anon en mi vida profesional y pensé que no tenía nada que perder si lo intentaba. En Al‑Anon, rápidamente aprendí que la prueba que había estado buscando no se encontraba en botellas vacías, sino en la forma de mi inseguridad, vergüenza, desesperación y desesperanza.

Al‑Anon me ayuda a mirar hacia adentro para encontrar maneras más sanas y saludables de lidiar con los efectos del alcoholismo.

Melissa N. – Manitoba

Al‑Anon se enfrenta al alcoholismo