Cuando era niña, sentía que no podía hacer nada bien. Mi padre era impaciente y criticón. Yo me ponía a pensar: «Cuando sea adulta, lo haré todo bien». El estilo de crianza de mi padre era señalar todo lo que yo hacía mal y nada de lo que yo hacía bien. Creo que pensó que me estaba ayudando a ser una mejor persona. Por supuesto, nunca llegué a hacer todo bien, pero no dejé de intentarlo. Exigía demasiado de mí misma al tratar de obtener la aprobación de mi padre. Esta determinación continuó en mis funciones como esposa, como madre y como empleada.

Cuando vine a Al‑Anon, escuché muchos lemas y frases: «Hazlo con calma», «Suelta las riendas y entrégaselas a Dios», «Progreso, no perfección», «las expectativas son resentimientos a punto de surgir», y «ponte tú primero la máscara de oxígeno». Los mismos eran desconcertantes; pero sabía que tenía que haber una mejor manera de vivir, por lo que mantuve una mente receptiva, escuchaba en las reuniones, leía Literatura Aprobada por la Conferencia, y finalmente conseguí una Madrina.

Una vez que me di cuenta de que esperaba demasiado de mí misma, me relajé, me deshice de mis listas y llegué a ser menos exigente. Renuncié a mis esfuerzos por ser perfecta. Mi cambio de actitud me permitió perdonarme por mis culpas. Luego llegó a ser más fácil soltar las riendas de mis expectativas en cuanto a los demás, y también los pude perdonar por ser humanos. Fue un alivio empezar a escoger opciones diferentes en mi vida.

Esta reacción en cadena me llevó a encontrar serenidad, y la tranquilidad y la felicidad con que contaba siguieron aumentando. También aumentó mi fe en Al‑Anon, y empecé a entender que mis lemas antiguos, tales como «donde hay voluntad, hay una manera» ya no me sirvieron. Reconocí que otras personas y yo cada una tenemos nuestro Poder Superior, y ese no soy yo. Mi Poder Superior empezó en mí como Al‑Anon, y ahora es algo más. «Sigue viniendo».

Shelley H. – Pensilvania
The Forum, septiembre de 2016