Larry, un hombre de mediana edad, se sienta en mi oficina a hablar acerca de Al‑Anon —para los familiares y amigos de los alcohólicos—.

Él me cuenta su historia: «Recibí una llamada telefónica de la escuela de mi hijo cuando Joey tenía 14 años. Lo descubrieron bebiendo en la escuela con sus amigos. En ese momento, pensé: “Los muchachos son muchachos”, y no pensé mucho sobre el asunto. La progresión de la enfermedad es lenta, por lo que era difícil de ver. Más tarde, recibí una llamada informándome de que Joey había sufrido un accidente automovilístico. Había problemas legales y tratamiento ordenado por la corte —todo lo relacionado con el alcoholismo—. Asistí a una reunión de la familia en el programa de rehabilitación. Me recomendaron que fuera a Al‑Anon. Así lo hice —“soy hombre; si no puedo ayudar a mi hijo, ¿quién lo puede hacer?”—».

Lamentablemente, Joey murió. Pero Larry quiere que otros padres sepan que hay ayuda. Le pregunto cómo le ayuda Al‑Anon.

«Aprendí que el alcoholismo es una enfermedad. A mi hijo no le gustaba que lo juzgara ni que lo reprendiera porque bebía. Estoy seguro de que Joey sentía que yo había perdido el amor y el respeto que yo le tenía. Si yo no hubiera ido a Al‑Anon, hubiéramos continuado en guerra.

Aprendí a aceptarlo y a darle el respeto y la dignidad de tomar sus propias decisiones en la vida —para que se encargara de su propia recuperación, según se esperaba—. Pero eso dependía de él. Yo tenía que encargarme de obtener mi propio alivio. Aprendí que los problemas que yo tenía yo mismo los creaba. Es por esto que en Al‑Anon al alcoholismo se le llama “enfermedad de la familia”».

Al‑Anon ofrece una comunidad de miembros de la familia que luchan por establecer una relación de amor con su familiar enfermo, pero, al mismo tiempo, por no propiciar su enfermedad. Los padres, hermanos, hermanas e hijos empiezan a darse cuenta de que la dependencia del alcohol no es un defecto moral ni una elección, de igual forma que ninguna persona elige tener cáncer, asma o diabetes. Es una condición con la cual vive su ser querido.

Mientras hablábamos, compartí mi frustración como psicólogo. Todos los años, animo a muchos miembros de la familia a que asistan a Al‑Anon, pero sólo unos pocos lo hacen.

Larry dijo: «Si usted está pensando en ir a Al‑Anon, simplemente vaya; y asista al menos a seis reuniones antes de decidir que no es para usted. Simplemente siga viniendo. Yo ya tengo unos diez años de asistir. Tan solo es una hora o una hora y media de su día».

Al‑Anon les ayuda a los miembros de la familia a aliviarse. Ayuda a los miembros de la familia a volver a conectarse con el amor por el familiar enfermo.

Dr. Paul Schoenfeld, Psicólogo Clínico
Everett, Washington