Recuerdo muy bien mi primera reunión de Al‑Anon. Debido a la progresiva enfermedad del alcoholismo en un ser querido, de repente me quedé como padre único, con un hijo adolescente y una hija en la pubertad. Mi vida era un caos. Me sentía como que si hubiera naufragado, y no sabía qué pensar, ni qué decir, ni qué hacer. Estaba totalmente confundido. Mi vida era ingobernable.

Esa noche, mientras estacionaba el auto fuera de la reunión, les dije a mis hijos: «No sé cómo va a marchar este asunto de Al‑Anon, pero sé que necesitamos algo, y realmente espero que nos puedan ayudar. Entremos».

Cuando entramos a la sala, una mujer joven estaba colocando libros en una mesa. Le pregunté: «¿Es este el lugar correcto? ¿Estoy en el lugar correcto?» Ella me escuchó balbucear algo acerca de mis problemas. Vio la mirada de pánico, tristeza y desesperación en mis ojos, y me dijo: «Oh, sí, estoy bastante segura de que usted está en el lugar correcto».

Ella me explicó un poco acerca de lo que era Al‑Anon y les dijo a mis hijos que podían ir a la reunión de Alateen, y que yo podía sentarme donde quisiera en la reunión de Al-Anon. Me senté en la última fila, y esperé.

La apertura fue una confusión de voces y personas hablando de una cosa y de otra. No pude enfocarme en mucho al principio, pero a medida que se empezó a compartir, con historias personales de experiencias y lecciones aprendidas, sentí algo.

Sentí que algo se movía dentro de mi corazón, y después de escuchar a tres o cuatro personas más compartir, supe cuál era el sentimiento. Era esperanza.

Al‑Anon me brindó esperanza en esa primera reunión —y en todas las reuniones desde entonces—.

Por Bill T. – California
Al-Anon se enfrenta al alcoholismo 2017