Mi hijo es alcohólico y drogadicto. A pesar de todo lo que hice, no pude controlar ni su bebida ni su drogadicción. ¿Cómo pude ser tan incapaz ante él cuando lo crie todos estos años? Yo le enseñé a caminar, a hablar y a no correr a la calle sin mirar. Le enseñé a respetarse a sí mismo y a respetar a los demás. Creí que le había enseñado a mantenerse alejado del alcohol y las drogas. En el momento en que entró a la universidad, creo que simplemente enterré la cabeza en la arena y utilicé la excusa de que su comportamiento de chico de fiestas era común de los muchachos universitarios.

No se detuvo con la universidad — siguió en su vida adulta y en la mía—. Mi vida se había vuelto tan incontrolable —sin saber en qué condiciones encontraría a mi hijo al regresar a casa—. Cada vez que él salía por la puerta me ponía a dudar si iría a regresar. Estaba viviendo mi vida a través de él y me sentía absolutamente devastada.

Una orientadora me sugirió que fuera a una reunión de Grupos de Familia Al‑Anon. Fui a una y luego a otra, y a más después de esa. Por último, en mi quinta reunión, pude dejar de llorar el tiempo suficiente para realmente acoger lo que se decía. No estaba sola. No era la única persona incapaz de controlar su situación. Otras personas entendieron mi vida y lo que sucedía. Otras personas eran tan incapaces como yo; sin embargo, eran capaces de reír y acoger la felicidad. Otras personas habían encontrado lo que yo necesitaba: la capacidad de admitir que era incapaz ante el alcohol y la drogadicción y que mi vida era ingobernable. Había esperanza para mí.

Por Barbara K., Delaware
Al-Anon se enfrenta al alcoholismo 2015