Mi padre bebió durante los primeros dieciséis años de mi vida. Me crie viendo a mis padres pelear todas las noches, y tenía que salir de la casa para estar a salvo.

Cuando era pequeña, solía dejar que las cosas me irritaran muy fácilmente. Todo me molestaba. Era tímida, introvertida y muy acomplejada. Pensaba que todo el mundo murmuraba acerca de mí.

Cuando estaba en la escuela secundaria me hice miembro de Alateen. Ese fue un gran paso en mi vida. Llegué a entender lo que mi padre realmente se hacía a sí mismo, le hacía a mi familia y me hacía a mí. Comprendí que él podía hacer lo que quisiera con su vida, pero que yo no tenía que permitirle que influyera en lo que yo pensaba y hacía. El ser consciente de eso me ayudó a salir de la timidez y la introversión. Me liberé y comencé a ser la persona que realmente quería ser.

En Alateen aprendí que, independientemente de lo mucho que ame a otras personas y de que quiera lo mejor para ellas, mi salud personal tiene que estar de primero. Tengo que hacerme cargo de mi vida —no de la de nadie más—.

Todos los días desarrollo mi personalidad. Me estoy convirtiendo en una persona más amigable. Estoy en un punto en el que lo que la gente me diga a mí o les diga a los demás acerca de mí ya no me importa. No tengo que permitir que lo que digan me afecte. He aprendido a «Soltar las riendas y entregárselas a Dios».

Gracias a las situaciones por las que he pasado, tengo un mayor aprecio por la vida. Cada día es una nueva página, un nuevo capítulo. Vivo mi vida «Un día a la vez».

Por Stephanie, Washington
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