Durante muchos años sostuve lo que era cierto. Después de que mi padre salía de la casa para ir a trabajar, mis tareas eran barrer los vidrios rotos de la noche anterior, vaciar vasos pegajosos, y abrir las cortinas de la ventana para dejar entrar la luz y el aire fresco de la mañana. Mientras mi mamá dormía, yo caminaba a la escuela, con los ojos enrojecidos y llena de tensión.

Aprendí a ser una cuidadora y a guardar los secretos del hogar. Tal como me enseñó mi madre, nunca debía contarle a nadie lo que pasaba en la intimidad de nuestro hogar. Obedecí hasta que llegué a Al‑Anon y me di cuenta de que escuchar a otras personas compartir valientemente sus historias me daba el valor de hacer lo mismo.

Mis  primeras  palabras,  compartidas lentamente, comenzaron a desenredar mi pasado. Después de asistir a muchas reuniones en las que conocí a otras personas y ellas me conocieron a mí, sentía una liberación  cada  vez  que  era  mi turno  de  hablar.  Encontré  cómo  liberarme de los secretos del pasado y dejé que la ayuda y el alivio reemplazaran el temor y la represión. En Al‑Anon, descubrí una nueva forma de vivir en compañía de amigos que compartían su sinceridad y su esperanza.

Elizabeth F. – Massachusetts
Al‑Anon se enfrenta al alcoholismo 2018