Fui a mi primera reunión de Al‑Anon porque estaba desesperada por ayudar a mi hija. Lo había intentado todo. Esta era mi última oportunidad. Allí estaba un pequeño grupo de personas hablando y riendo. La reunión empezó. Yo estaba muy impactada y no escuchaba ni una sola palabra, hasta que alguien dijo: «Mi hija».

Empecé a llorar. No me había dado cuenta de la profundidad de mi desesperación, y pronto estaba sollozando abiertamente. Alguien me entregó una caja de pañuelos, pero nadie interfirió cuando lloré durante los siguientes cuarenta y cinco minutos. Simplemente no podía parar. Tuve que llenarme de fuerzas para permanecer en la silla hasta el final de la reunión, en lugar de salir corriendo completamente humillada.

Creía que todos me volverían la cara, avergonzados. En su lugar, varios miembros se acercaron a mí, se sonrieron y me tomaron de la mano. Dos mujeres me preguntaron que si necesitaba un abrazo. Les dije que sí. Ellas me dijeron: «Sigue viniendo».

Me di cuenta de que los miembros de este grupo entendían mi sufrimiento, se solidarizaron, empatizaron conmigo, y querían ayudarme. Ellos me brindaron amor. Y eso era exactamente lo que yo necesitaba.

Por Vivian M. – Florida
Al-Anon se enfrenta al alcoholismo 2017