Estaba en la reunión de mi grupo base de Al‑Anon ayer cuando miré a una recién llegada, y en la cara de esa otra mujer vi el dolor que yo anteriormente había sentido. Recordé la angustia abrumadora, como algo que nunca antes había sentido, cuando me di cuenta de que mi hermoso niño era alcohólico.

Antes de Al‑Anon, no tenía ninguna otra prioridad más que mantener vivo a mi hijo. En mi mente, él podría morir de esta enfermedad en cualquier momento, y una buena mamá haría cualquier cosa para ayudar a su niño. Me daba vergüenza que la gente pensara que había hecho algo mal al criar a mi hijo. Supliqué, lloré y me obsesioné por encontrar ayuda para él y su manera de beber.

Eso incluyó comportamientos que había abandonado hacía mucho tiempo, porque, cuando era niña, no se me permitía expresar opiniones ni tener sentimientos. Yo también había crecido en un hogar afectado por esta enfermedad. Como persona adulta, sabía que era la manera incorrecta de criar a una familia. Pensé que sabía las respuestas exactas sobre cómo tener una familia exitosa y amorosa. Gran parte de lo que pensaba se basaba en un programa de televisión que había visto cuando niña para escapar de mi realidad.

La adicción de mi hijo desafió totalmente mi identidad. Recuerdo haberle rogado a mi Poder Superior por un libro que me dijera exactamente qué podía hacer. Yo lo haría exactamente de esa manera, sin importar lo agotador y cansado que fuera.

Estaba dispuesta a perder mi hogar por enviarlo a rehabilitación. Me olvidé de mi esposo y de mis otros tres hijos. La mejor amiga que tenía en ese momento de repente dejó de hablarme. Mi esposo quería que nuestro hijo se fuera de la casa. Aun mi hijo quería irse de la casa, y llegó hasta el punto de tratar de solicitarle al departamento de servicios sociales que lo desalojara.

La peor realidad era que mi hijo se sentía resentido conmigo. Su resentimiento y su disgusto me enviaron de regreso a los salones de Al‑Anon. Había estado allí años antes debido a los efectos del alcoholismo de mi esposo. Nunca me pasó por la mente ir por mi hijo.

Ahora tengo mi propia vida, y no me queda tiempo para inmiscuirme en la vida de los demás. Mediante la práctica de los Pasos aprendí a reconocer mis sentimientos, sin reprimirlos hasta el punto de que se adueñen de mí. Recuerdo que hacía todo de la manera más rápida que pudiera para hacer todo lo que fuera posible y sentir lo menos que pudiera sentir. Pensaba que tenía que trabajar sirviéndoles a los demás. En Al‑Anon, aprendí que si me sentía resentida con esta esclavitud inventada, eso no era ni un regalo ni un servicio a los demás.

Lo más difícil fue aprender a estarme quieta. Al principio, tenía que hacer labores de aguja durante las reuniones, simplemente para estar sentada durante todo ese tiempo. Lo más grandioso que aprendí fue que no podía controlar todos mis defectos de carácter, pero que mi Poder Superior sí podía y lo haría, si yo se lo pidiera. En mi mente, visualizaba que mi Poder Superior amaba a mi hijo tanto como yo o quizá más. Diariamente me imaginaba a mi Poder Superior rodeado de niños. Yo envolvía a mi hijo con una manta y se lo entregaba a su Poder Superior.

Hoy día, la mayor recompensa es mi relación con los demás. Si no hubiese sido por Al‑Anon, me habría apartado de todas las personas que conocía. Mi hija mayor y yo somos verdaderas amigas. Ella me ha perdonado por el descuido que tuvo que soportar y la responsabilidad que tuvo que asumir. Mis dos hijos más pequeños están en el proceso de encontrar su propia identidad. A mi esposo se le permite tener su propia opinión y sus acciones separadas de las mías. Mi hijo y yo no tenemos conversaciones largas y sinceras, pero después de todo me abraza espontáneamente, y sé que he superado su resentimiento.

Chris M.
The Forum, marzo de 2017