Recientemente celebré mi octavo aniversario en el programa de Al-Anon, y soy una miembro muy agradecida. Al recordar mi primera reunión, me río, pues sé que mi Poder Superior tuvo que ver con que yo fuera allí y hacer que escuchara justo lo que necesitaba escuchar.

La sala estaba muy llena de gente. Me sentía muy triste y temerosa. Mi mejor amiga estaba conmigo; nos sentamos en la fila de atrás, cerca de la esquina. Me quedé cabizbaja y con los hombros caídos. Apenas pude decir mi nombre cuando todos nos pusimos alrededor de la sala para presentarnos.

El tema fue «Suelta las riendas y entrégaselas a Dios». Mi amiga y yo nos sorprendimos. Recuerdo que me sentí mejor ese día, sólo al estar en la sala. Seguí viniendo, con ganas de sentirme aún mejor. Leí un poco de literatura de Al-Anon y encontré todos mis secretos expuestos. Estas personas sabían todo lo que yo había hecho y me amaban de todos modos.

Sabían de mis amenazas de dejar al alcohólico, cómo vertía el alcohol en el tubo de desagüe, y cómo yo bebía con él para que no quedara mucho. Sabían que yo buscaba en el garaje botellas escondidas. Me di cuenta no sólo de que yo no estaba sola, sino de que estos extraños me comprendían y me amaban. Seguí asistiendo semana tras semana y empecé a sentirme mucho mejor.

Mi vida ha cambiado totalmente desde ese invierno hace ocho años. Ya no estoy asustada. Tengo la fortaleza para cuidar de mí misma y de mis hijos.

Tengo fe en que las cosas saldrán bien, justamente de la forma en que deben salir. Siempre estaré agradecida de haber estado en una sala llena de extraños en esa primera reunión y de que el programa de Al‑Anon me haya devuelto la vida.

Por Diana B., Oregon